El escalofrío recorrió su espalda, pasó por la nuca hasta el final de su cabeza y estalló en un fuerte dolor aunado a la sensación de desmayarse. Tapó sus oídos para no escuchar, sin embargo, tenía el presentimiento de que en cualquier momento ese horrible ser tocaría su espalda o se presentaría frente a ella en cuanto abriera los ojos. Casi no podía respirar. Desconocía el tiempo transcurrido, quería llamar a su madre, a sus tíos o a su abuelo, pero tenía tanto miedo de quedar como loca una vez más, amén de la reprimenda que le esperaba porque nadie en su familia veía nada, decían que eso no existía, a pesar de haber escuchado a cada uno rezar todas las noches con temor: “¡Ave María purísima!” al tiempo en que se persignaban después de abrir una puerta o asomarse a alguno de los enormes patios que rodeaban la vieja casa.
Pensó en su hermana, sí, seguro Eva sí le creería, juntas ya habían sentido más de una ocasión la presencia de alguno de los “habitantes” o sufrido una de las tretas que tanto las atemorizaban y a ellos, al parecer, les encantaban gastarles. Eva su mejor compañera.
—Eva, Eva… —Apenas susurró para no despertar al resto de los durmientes.
Eva dormía a su lado en la cama matrimonial que aquella noche compartieron, a pesar de la cercanía, pareciera que su hermana no se percató del jalón y la caída que tenía a Luz casi debajo de la cama hecha una bolita humana con las manos en ambas orejas.
—¿Qué haces allá abajo? —Le interrogó su hermana con voz ronca y cara de sueño, apenas medio abriendo los ojos.
—El hombre de palito estaba aquí, jaló la cobija y cuando desperté brincó por encima de nosotras, se metió al piso y me arrastró —respondió Luz entre pucheros y lágrimas.
Apenas terminó de enunciar estas palabras y una mueca deforme por el llanto la hizo lanzar todo el miedo e impotencia que sentía, Eva pasó casi de un sólo brinco por la cama hasta llegar a ella, abrazarla y sobarle la cabeza como generalmente lo hacía para confortar a Luz; Eva sólo había visto una vez al “Hombre de palito” por ende, entendía muy bien el sobresalto de su hermana, mientras le daba consuelo, recordó la noche que lo conoció, fue la madrugada de un 25 de diciembre.
La costumbre en casa de los abuelos desde que tenían memoria consistía en arrullar al “Niño Dios”, darle su beso y tomar un poco de dulces de colación, seguido por la cena y dar paso al festejo de los adultos donde el alcohol no se hacía esperar; así el chamaquerío jugaba en los patios, eran varios primos de todas las edades incluso, algunos tíos casi empataban con los sobrinos por diferencia de algunos meses, era divertido jugar ahí, eso claro, siempre y cuando uno se encontrara acompañado, esto no era garantía de nada pero al menos ver fantasmas, espectros, duendes y todo tipo de seres extraños siempre era preferible presenciarlos con alguien a quien abrazar.
Con mil ideas para jugar, los extensos patios se prestaban para todo tipo de diversiones, esos mismos patios que habían visto jugar años atrás a varios de sus padres ahora adultos y donde también en más de una ocasión les habían tomado por asalto algunas almas en pena, aunque ahora no lo recordaran o lo negaran, ¿acaso es más fácil ser adulto así?
“Las atrapadas” fue el juego seleccionado esa Noche Buena, se juntaron 9 chicuelos para el juego, el resto de los que se quedaron dentro de la casa o eran muy chicos o se creían demasiado grandes para continuar con las niñerías de ir corriendo en busca de alguien a quien “pasársela”.
Eva se encontraba en un primer grupo de primos y Luz en el contrario, salían corriendo de un lado a otro, entre tropezones y carcajadas se adentraban a lo profundo de la noche hasta llegar casi a las tres de la mañana.
Empezaron a jugar en el patio principal, no menos escalofriante que el gran patio trasero donde se mostraba una atmósfera con más penumbra, además en el principal se encontraban más cerca de los adultos y eso de algún modo les daba tranquilidad, ambos espacios se unían por un largo y ancho pasillo; al centro de éste, cruzaba una enorme bugambilia que con tan buen tino el abuelo Santos había podado de tal forma que permitía a los niños trepar y estar juntos en las alturas, unos pasos adelante del árbol iniciaba el patio trasero. Separada un metro de la esquina que iniciaba ese pasillo se ubicaba una llave de agua de la que en tardes calurosas los niños bebían, este espacio casi siempre presentaba un encharcamiento por el constante goteo de la llave mal cerrada. Entre las corretizas del juego la prima Almita comenzó a sentir sed y por la necesidad de entrar ligeramente al callejón pidió a Luz la acompañara, tomadas de la mano las niñas avanzaron juntas tratando de entablar una plática entre risas fatigadas poco antes de darse la vuelta encontraron sumergido en la penumbra de ese largo pasillo al hombre de palito.
Era un ser de cabeza enorme que asemejaba una gran calabaza, los ojos (o al menos el espacio donde estos debiesen ubicarse), eran dos cuencas vacías, negras y profundas (como las que los gringos ponen afuera de sus casas), la cabeza del ser se sostenía incrustada de un palo que hacía la función de columna, de ella salían cuatro extremidades que a entender de las niñas eran sus manos y piernas, sin dedos, rodillas y ningún tipo de ropa, el “hombre de palito” se encontraba recargado de forma muy campante sobre la pared e incluso una de las piernas (si se le pudiese llamar así), flexionada como cualquier persona que reposa mientras espera el camión a casa.
Trataban de encontrar alguna lógica a la figura que tenían frente a ellas, la parálisis momentánea que las tenía atrapadas llamó la atención del resto del grupo, poco a poco y silenciosamente todos los chicos se fueron juntando como racimo de uvas, nadie era capaz de pronunciar palabra alguna, todos veían claramente a ese ser recargado en la pared, la música que se escuchaba a lo lejos enmarcaría tan aterrador espectáculo, fue entonces cuando de forma pausada, la cabeza del “hombre de palito” comenzó a girar en dirección a ellos, se podía apreciar por su lento movimiento que esa gran calabaza pesaba mucho, una vez que sus cuencas negras estuvieron en contacto con los ojos despavoridos de sus espectadores, el ser soltó un terrible grito mientras que de un brinco se despojó de su campante posición en un movimiento de ataque hasta los niños.
Los niños en un grito colectivo combinado de llantos, bendiciones y maldiciones, emprendieron tremenda carrera al interior de la casa, sentían que las piernas les traicionaban, nadie quería quedarse atrás, llamaban desesperados a sus padres que por la fiesta ni enterados estaban de los sucesos presenciados por los niños de la familia hasta que les vieron llegar como una gran ola de llantos, raspones y desesperación.
—¡Cállense! ¡Están locos o qué! —gritaba el tío José, que era lo que siempre y mejor sabía hacer.
—¡Un fantasma…! ¡Un hombre! ¡Un hombre de palo! ¡Una calabaza gigante! ¡Un espantapájaros!
Pareciera que en la casa se encontraban mil niños, todos alzando la voz tratando que su descripción fuese la más certera, la mejor escuchada; unos temblaban, otros lloraban, todo era un caos, algunos adultos cuestionaba, otros se reían de los niños, algunos sólo se quedaron callados y viéndose entre sí; nadie dio una explicación, en esa casa, en la familia, esas situaciones no requerían lógica, sólo pasaban, pasaban y se tenían que olvidar porque esa era su naturaleza.
Esa madrugada ya no jugaron más, se mantuvieron lo más cerca posible de los mayores y dentro de la vieja casa donde sabían perfectamente que habitaba la mujer sin piernas de largo cabello, la mano que salía del baño clausurado desde su derrumbe, el enorme gato negro que se subía en el pecho de la gente cuando se encontraba dormida, los ojos en la ventana del descanso en las escaleras; todos sabían que adentro siempre estaban acompañados, sin embargo esa noche uno más se había presentado ante ellos, ese al que sin querer comenzaron a llamar “El Hombre de Palito”, recordó muy claramente Eva, mientras se percataba que su hermana ya dormía nuevamente de forma plácida sobre el suelo pero rodeada por sus brazos y su cuerpo mientras la seguía acunando para calmar el miedo que minutos atrás la había despertado.
Luz, dormida ahora, recordaba entre sueños una de las ocasiones que también le vieron. Esa tarde la luz del día languidecía, pero aún se podía ver con claridad cuando apareció frente a los chicos en el árbol que atravesaba los límites entre los dos patios, esa ocasión sólo eran Luz y cuatro primos más.
Se habían llevado más de media tarde jugando en su querido árbol, la imaginación y fuerza de los niños era increíble, podían despejar los sucesos más incomodos en sus respectivas vidas si se encontraban juntos mínimo dos primos o hermanos, bien podían comenzar con la caza de algún extraño animal en la mismísima sabana y terminar en un barco pirata arrojándose al fondo del mar que se encontraba fuera de las ramas del árbol; justo la prima Eri tuvo la mala suerte de caer del árbol (que hacía de barco en ese momento), a las fauces del mar bravío, levantando los brazos y pidiendo ayuda para subir, entre risas que poco duraron se mostró alguien que no había sido invitado al juego.
Haciendo un gancho con lo que se podría definir como sus piernas se lanzó hacia atrás quedando de cabeza frente a Eri, sus horrorosas cuencas negras se encontraban perfectamente alineadas a los ojos de la niña quien pasmada ante la presencia no pudo emitir un sólo ruido, como guiada por un ligero instinto de supervivencia dio un par de pasos laterales a manera de evitar estar frente a la cabeza de calabaza que le observaba como si fuera algo divertido, éste a su vez se recorrió sobre el tronco en la misma dirección que tomaba Eri para no dejarla pasar.
Luz, y los otros niños sobre el árbol, no podían dar crédito a lo que estaba tan cerca de ellos, aunque en realidad todo ocurrió en escasos segundos, aunque a ellos les pareció una eternidad; no pudieron más y lanzaron un grito agudo que rompió en llanto, esto sacó de su estupefacción a la prima Eri quien también desgarró un grito ensordecedor; como si fuera jalado por un tirón de cuerda, el Hombre de Palito se desenganchó del árbol y entró directo a la pared de la casa, como si se zambullera en una alberca de adobe en la cual se perdió casi toda su figura, casi a excepción de los pies que quedaron colgando antes de desaparecer por completo.
Entre sueños Luz se sobresaltaba, Eva podía notar el movimiento de sus ojos cerrados, pensando para sí: “debe tener pesadillas con esa cosa”. Eva tenía una extraña sensación, no sólo por los sueños de su hermana dormida, sino porque ella misma comenzaba a sentir frío y notó cómo su piel se iba erizando. Abrazó a su hermana, la abrazó con fuerza hundiendo su cabeza en el hueco que quedaba entre su cuerpo y el de Luz, despacio para no despertarla, en la pared que se encontraba atrás de ellas se comenzaba a asomar la ranura de una gran calabaza.