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Diferencias Irreconciliables

Por: Ernesto Zavala

junio 16, 2022
en Tzantza
Diferencias Irreconciliables

Hoy desafortunadamente,

 vivimos en condiciones en las que

no vemos bien el cielo.

Robert Bauval

En este baile tu cuerpo se convertirá en muchas otras voces. El lado izquierdo sanará tu parte femenina. También sanará, el lado derecho, tu parte masculina. Los movimientos, atrás y adelante, sanarán tu pasado y tu futuro.

Hoy bailo temprano en un taller de danza árabe. Es en un salón frente al Yavirác, un collado o pequeño monte ubicado al centro de Quito. Ese es uno de sus nombres antiguos. Actualmente es conocido como El Panecillo y en su cima está una escultura monumental inspirada en la Virgen de Legarda. Es una obra de más de cuarenta metros de altura, construida hace más de cuarenta años. Desde que empecé a apasionarme por las clases de baile veo cada vez más, en la figura de la Virgen original una pose de baile, interpretación que a otros les llega a sorprender. Pero ¿por qué se colocó una réplica justo ahí? Es un hecho que, en la montaña frente a la que hoy bailo, desde tiempos preincaicos se adoraba de diversas formas al Sol, entre ellas, mediante la danza. Bailar es una forma universal de celebrar, así que, estoy en el lugar correcto. Danzaré al Yavirác.

Antes de iniciar el baile mis pies descalzos son sahumados con palo santo. El salón se llena de ese humo tibio, neblina fragante que de pronto va formando nubes. En la parte superior de la pared principal hay ventanas desde las que se puede ver claramente la montaña que, desde tan cerca, no se mira nada pequeña. Poco a poco mi cuerpo va siguiendo la música, y sin prisa, me empieza a contar los secretos que me ha guardado. Empiezo a escuchar mi interior.

En el vientre he guardado temores, intento meterlo y sacarlo en un solo movimiento. Lo repito una y otra vez pero me cuesta más de lo que imagino. Después empiezo a mover el pecho, arriba y abajo, desde un vientre más liberado, para luego iniciar movimientos circulares, desde arriba, sin mover la cadera. Mi espalda se opone, está tensa porque se ha acostumbrado a llevar pesos invisibles que ha empezado a soltar. Eso también ha endurecido mi pecho, voy adelante atrás; adelante, abriendo los brazos desde el corazón, atrás recibiendo y protegiendo. Adelante, al futuro, siendo generoso, pero sin darlo todo. Atrás, al pasado, alejándome, consolado y satisfecho por dejar ir. Adelante atrás, hasta llegar al presente.

Trabajo con movimientos pendulares, voy desde mi parte solar hacia mi parte lunar. Izquierda a derecha, la cadera despierta y duerme, extiendo las manos hacia cada lado. Izquierda derecha, dejo ir en paz a las mujeres y los hombres que se han ido de mi vida. Cierro los ojos y me siento agradecido, les suelta mi cadera y cada escalón de mi columna, mis manos les sueltan. Les dejo ir. Abro los ojos y miro hacia las ventanas, la Virgen ha desaparecido. En ese momento no me sorprende no verla. Con el incienso, carbón y palosanto reduzco a humo lo que ya no voy a llevar más.

En un receso de la clase vuelvo a pensar en aquella desaparición, que, al mirar por las ventanas, sigo sin poder explicar. No puedo encontrar a la Virgen por ninguna parte. Estoy aprendiendo a soltar justamente y tengo la sensación de haber recibido una suerte de epifanía. Es como si de pronto supiera que ella sigue ahí pero, a la vez, con la certeza de que no siempre lo estuvo e inclusive completamente seguro de que no siempre estará. No importa ya si estuvo o estará. Todo aparece de pronto como parte de una revelación de la danza, una voz que me dice: Nunca nada fue para siempre.

Quiero buscar en mi teléfono la palabra “epifanía”. Mis dedos algo aturdidos aunque  también empoderados de la sensualidad de los movimientos arabescos se equivocan y escriben en el buscador, en cambio, apofenía. Es de pronto un hallazgo: “se le llama apofenía a una percepción espontánea de conexiones y significados entre fenómenos no relacionados, establecer causalidad entre eventos donde no la hay”. Para mí esto es un relámpago que esclarece por un instante todo antes de volver a los últimos momentos de oscuridad a donde la danza me ha llevado.

Continúa la clase. Ahora sólo quiero poder seguir bailando porque siento que es algo lo que se rompe en mi interior. El Panecillo “fue llamado por los aborígenes en quechua Shungoloma que significa Loma del Corazón” es el lugar donde también “en la época pre incaica, existió un templo de adoración al sol, llamado “Yavirac”, el cual fue destruido por Rumiñahui mientras resistía con sus tropas al avance español”. Miro la montaña, y entre las nubes de palosanto la Virgen vuelve a aparecer. ¿Bailará, en las ruinas de un templo, sitiada por fantasmas de hombres que lucharon a muerte por ella? O ¿Es ella la que ahora baila al Sol entregando como ofrenda a todos los caídos?

Estoy girando el hombro derecho hacia atrás, frente a uno de los espejos laterales. “Panecillo” es castellano, “Shungoloma” es quechua/castellano. Pero Yavirác no, ésta no es una palabra Inca, pero tampoco de las culturas preincaicas de la zona. Encuentro que su origen extraordinariamente estaría relacionado más bien con las lenguas originarias Matlazinca y Cakchiquel, que pertenecen al centro y sur de México respectivamente. Con lentos movimientos ondulantes de cadera voy dando una vuelta y quedo frente al otro espejo donde me reencuentro. Acertijos jaguarinos: la danza árabe que hago hoy conquistó hace más de 1300 años alguna vez al pueblo español. Flexiono los codos para luego mecer los brazos arriba y abajo, alternados apoyando ligeramente la punta de un pie adelante.

Verás cosas que no existen en lo que te atraiga más. Podrá haber una relación, inclusive causal, podrá luego ya no haberla. Serán espejismos. Hablarán lenguas ancestrales de ultramar, las de los conquistadores de los conquistadores. Con la danza árabe aprenderás a descolocar el cuerpo que se convertirá en un triángulo que obedecerá los susurros algebraicos de la música.

Con suaves movimientos mi muñeca izquierda apunta hacia arriba girando mientras mi mano derecha me sostiene tocando el piso. Elevo el rostro y recuerdo cuando era pequeño y miraba el cielo con mis abuelos, ellos me hablaron de las constelaciones por primera vez. El lado izquierdo se ha vuelto un pararayos. Me estremezco. En mis ojos las nubes de palo santo se desbordan en una lluvia sagrada.

Ernesto Zavala

Tags: diferenciasErnesto ZavalairreconciliablesTzantzavisionmx
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