Han pasado más de dos semanas sin saber el uno del otro. Las calles aún lucen vivas, con un tránsito conglomerado, con el ajetreo diario de lo que significa una gran metrópoli.
Son los primeros días de marzo y nada ha cambiado. El tiempo corre de la misma forma. Los estragos desatados en diversos lugares del mundo están por alcanzarnos. Estamos por iniciar una vida de aislamiento.
Es la noche del primer viernes de confinamiento y las bocanadas de humo denso del cigarro que me fumo cubren mi rostro, pero poco a poco se disuelven con las primeras gotas de lluvia que caen en esta despavorida e infausta primavera.
De pronto el celular vibra, sorpresivamente es un mensaje tuyo, las palabras apenas forman un “Hola”.
Bebo de mi copa que se consagra de un vino con olor a especias y sabor a frutos rojos. El sorbo hace que se desprendan partículas rojizas en el cuerpo de cristal.
Las personas a mi alrededor disfrutan de la expresión que se dibuja en mi cara al leerte. Una sonrisa provoca que las comisuras de mis labios recobren la vida después de un gran letargo ocasionado por la soledad, por el abandono de ese sentimiento que mueve el alma y llena el corazón de alborozo.
La plática entre líneas continúa; hay intercambio de ideas, algunas banales, otras más nos llenan de intriga porque comenzamos a desarropar el alma. Aquella noche sólo hubo permuta de canciones, muchos dirán que es algo tan insignificante, pero para nosotros, los amantes de la música, los melómanos, es un credo, un oasis en el desierto.
Pasan los días y la comunicación se vuelve constante; lo hacemos al despertar, también al dormir. Sin darnos cuenta la conexión entre los dos comienza a acrecentarse. Ni siquiera nos damos cuenta, pero todo surge de una manera espontánea.
Nos hemos conocido sólo por imágenes, sin embargo, profundizamos un poco más y nuestras voces coinciden, para mí, tu tono es lo más dulce que han absorbido mis oídos, y tu risa, la alegría en carne propia.
Los segundos, los minutos y las horas avanzan. Los días pasan de forma rápida y nosotros nos involucramos más. La limítrofe que separa nuestros cuerpos son 40 kilómetros y el confinamiento riguroso, pero eso no nos detiene para sentirnos en sintonía; incluso al unísono disfrutamos de los mismos placeres, hemos destinado nuestras noches para escucharnos y platicar de todo lo que nos une. Incluso miramos las mismas imágenes… cada uno desde su habitación.
Llevaba dos años buscándote y he tardado apenas unos minutos en quererte. Confieso que esperaba con urgencia que desnudaran mis sentimientos hasta los huesos, y es que alguien un día me dijo: “si te hace vibrar no necesitas más”. Y mírame aquí, con sólo unas cuantas charlas has transmutado el dolor en alegría, incluso he cortado mis amores ficticios para no desenterrarlos más.
Me he hecho adicto a tu esencia, a observar tus fotografías y alabar el cabello crespo que cae hasta tus hombros fundiéndose con el color atezado de tu piel; para mí, la sinergia perfecta.
Han pasado más de treinta días de aislamiento y probablemente vengan más. Pero este tiempo ha servido para desmembrar nuestro pasado sin hacernos juicios, por el contrario, hemos detectado las cicatrices de nuestros cuerpos para no abrirlas más y evitar que éstas vuelvan a sangrar.
Nos hemos vuelto cómplices a carcajadas y logramos abrir nuestros corazones para acuñarnos el uno al otro. Nos hemos tomado de la mano a la distancia recorriendo lugares juntos, o al menos es lo que las palabras han conseguido tras rozar nuestras almas con susurros.
Aunque acordamos no hacer planes y dejar que todo suceda hasta que estemos frente a frente, en mi mente esperan ansiosos los besos y abrazos prometidos.
Te visualizo en una habitación con ventanales grandes donde se cuela de forma imperante la luz de la luna llena. En ese cuarto construido con mis pensamientos, permaneces erguida, con los labios mojados y respiración agitada; incluso, puedo percibir el olor que desprende cada uno de tus poros. Me acerco a ti. La alta temperatura inunda nuestro espacio.
Cercano al roce de tus labios, sedientos como los míos, las prendas caen desapercibidas y piel a piel nos fundimos en un abrazo inmenso para después formar la sinergia perfecta. Nuestros sexos se comprometen de una forma celestial hasta llevar el éxtasis a lo más sagrado de dos almas que se habían buscado desde hace tiempo.
Las yemas de mis dedos recorren cada rincón de tu cuerpo, mientras corroboran que la magia entre nosotros existe. La cálida noche es la única testigo de lo que está por nacer.
Anhelo dejar de besar en direcciones incorrectas y hacer realidad lo que tanto he añorado.
Fragmentos de abril, 2020