Regresar a los lugares que te hacen, que te nutren, que te dan no solo paz… Si no un mini huracán de emociones en todo el sistema nervioso… ha sido un verdadero privilegio ahora en esta fase que ya no sé como llamar -¿post pandemia? ¿normalización de la pandemia? ¿la nueva-nueva normalidad? En fin. Hay lugares que se vuelven un poco como tu casa y el retorno es siempre motivo de alegría.
Uno de esos lugares para mi, desde mi adolescencia ha sido el Centro Cultural Universitario… desde la sala Nezahualcóyotl, el espacio escultórico – histórico testigo de montones de besos robados y que se morían de ganas de ser robados-, los cines – a donde me escapaba entre clases a ver que alcanzaba a ver- hasta el más reciente Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC).
Desde diciembre estuve intentando ver la exposición Maternar: entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción, título que desafía, amenaza e inquieta. Entre que cerraron el museo por vacaciones hasta la prolongación de esta pausa debido a la variante Ómicron, no fue sino hasta hace poco que pude asistir a esta formidable exposición.
La maternidad es uno de los temas más romantizados y llenos de tabúes… desde siempre. Es como si al volverte madre un halo cuasi divino se colocara en tu cabeza y adquirieras un estatus de semi santa. La madre… la abnegación, el sufrimiento, mis crías por delante siempre, el dejar de ser profesionista, amiga, amante… en fin… el dejar de ser mujer.
Y el arte en todas sus manifestaciones se ha ocupado de reforzar esta idea; lo mismo la literatura que las artes plásticas, la maternidad en el arte ha estado histórica y mayoritariamente hecho desde la percepción masculina. Amor, sacrificio, vocación sin limite. La madre es una mujer dispuesta a toda clase de sacrificios en nombre el amor infinito a sus hijos, y el primero de ellos suele ser la renuncia a ser una mujer en sí. Una mujer deseada y que desea. Una mujer que es un sujeto político, social, cultural y económico y si también producto, sexual y artístico.
El predomino del discurso feminista que se ha fortalecido durante los últimos años me parece el escenario que permite esta exposición, no solo la admite- dado que reúne obras producidas ya hace algunos años- si no que la hace más relevante y necesaria que nunca.
Las obras que reúne esta exposición cuestionan, inquietan, provocan y promueven lo mismo la emoción que al análisis. La garganta cerrada para llorar, la frustración compartida, todos los temas que pareciera que debes dejar de lado una vez que llegas a este estatus de semi santa.
El famoso “síndrome de Estocolmo”, aquel recurso de resistencia y supervivencia al que recurre una víctima de secuestro, un trastorno psicológico donde al villano, al que lastima y hace daño, el secuestrado comienza a destacar sus virtudes, sus puntos buenos, de forma que logra identificarse con él y en ciertos casos hasta desarrollar un afecto hacia su violentador.
En el caso de la exposición es clave distinguir la premisa: si bien son las madres – o quienes ejercen la actividad de cuidador o de maternar (muchas veces no la madre biológica) quienes viven el síndrome de Estocolmo, el secuestrador/violentador no son los hijos o las hijas, si no un sistema absolutamente arraigado en el patriarcado y en las formas capitalistas de producir y consumir que determina como debe ser la maternidad, no sólo a un nivel moral u ontológico si no llevado a una fase política y como forma de organización socio económica.
La muestra presenta diversos dilemas en torno a la maternidad… algunos tan históricos como la humanidad misma y otros que han surgido con el devenir de los años como la maternidad subrogada, sus limitaciones, su racional… las madres arrepentidas (grandísimo tabú) quienes pensaban en una maternidad deseada y acabaron queriendo “borrar” esa decisión… el caso extremo de estos casos: las madres que deciden terminan con la vida de sus hijos – ya sean bebés de brazos o adolescentes-. Medea… El estigma histórico de la mala madre como el origen (único y sin lugar a duda) de todos los males sociales, que incluso hoy por hoy seguimos viviendo. (la madre que trabaja y “abandona”, la madre que pide un descanso de sus funciones… etc.). Hasta la premisa más absurda: hay solo una forma de parir… las demás están equivocadas y te convierten ipso facto en una mala madre. Y eso ha sido en el pasado y sigue siendo un prejuicio súper vigente.
Sin lugar a duda la pandemia por COVID-19 dejó al descubierto montones de fisuras y problemáticas sociales, una de ellas: la desigualdad total en el reparto de las tareas de cuidado. Sin importar la ocupación, el nivel socioeconómico o educativo, las grandes perdedoras de esta pandemia fueron las madres a quienes en un abrir y cerrar de ojos las tareas se les multiplicaron, el poco tiempo que tenían para ellas se volvió nulo y el agotamiento físico, mental y emocional las llevó al borde del quiebre. Esto hace indispensable la necesidad de analizar y revisar que formas de división en las tareas productivas y de cuidados deben replantearse, el valor que se le daba otrora a la comunidad y a la crianza en comunidad, las herramientas disponibles y aquellas que son necesarias. Y la redefinición de la maternidad no como un rol definitorio si no como una de las muchas aristas que algunas mujeres decidimos vivir en libertad.