Somos artistas de lo que queda.
Nos sorprende seguir vivos cada mañana, sentir sed
e imaginar el agua.
Grupo Escombros
Llueve, así que entramos a comer en ese lugar sin pensarlo dos veces. Nuestro trabajo está literalmente con años de retraso, así que no hay que ceder a la desesperación. Ya estamos acostumbrados a vivir así, es sólo un día como cualquier otro día, de hace treinta años atrás. Debemos ser positivos y reconocer que, al menos, los espejos negros nos protegen mientras mantengamos la mirada en ellos. Yo tengo casi un record perfecto, pero justo cuando llega el mesero con el amuse bouche, me distraigo por un segundo y puedo ver cómo a mi lado corre por el piso de madera un camino de agua cada vez más grande. Te observo y pareces no haberte dado cuenta, incluso me envías mensaje, sin siquiera voltear a ver: buen provecho. Qué bajón, me doy cuenta de que envías el mismo mensaje a varias personas a la vez, además, seguimos en toque de queda –suspiro– es verdad, la guerra no escampa. Pero ¿incluso entre nosotros? Vuelvo a distraer la vista ahora con disimulo, con un poco de duelo, arriesgándome a salir de la protección del espejo.
Avancé entonces con sigilo. El sendero diminuto en el piso era resultado de un constante goteo, desde el techo, sobre dos sillas en otra mesa. La tela de ellas, de un azul ya de por sí profundo, estaba tan empapada que más bien parecía salpicar pequeños destellos cuando caía una gota más. La mesa se convirtió en un lago, o seguramente ya lo había sido en el pasado. Después de todo, no siempre se puede ver algo así: es como si todo recobrara de pronto su memoria predeterminada. Aunque todo parecía en calma, evidentemente se estaba revelando la Sombra. El espacio-tiempo se distorsiona como algo muy común cuando ocurren este tipo de acontecimientos, cosas que la gente suele pasar por alto. Y aunque sé con toda claridad que hoy no es hoy, y que tú y yo pertenecemos al pasado, pienso que, si esto ocurriera en otro momento… si esto estuviera sucediendo en el presente, por ejemplo, podríamos verlo directamente con nuestros propios ojos, inclusive juntos y seríamos libres. Sin necesidad de los espejos. Pero aquí estamos ¿No es así? Cae de verdad agua sobre mesas y sillas del restaurante sin que nadie se percate de ello o al menos que les importe, como siguiendo una performance. Aunque no se necesita demasiada experiencia para percibir la sombra, no es fácil reconocerla y hasta se dice en algunos departamentos que estamos actualmente su a merced. Mira, por ejemplo, el mesero sigue trayendo con su habitual tristeza platos a la mesa, y aunque el agua le salpica no repara en ello en absoluto.
Mientras comemos en silencio –ahora reconozco que amordazados y amarrados de las manos por los espejos negros- aparento cierta indiferencia, pero miro intermitentemente aquella otra mesa empapada que, francamente, se vuelve minuto a minuto cada vez más significativa para mí. Comienzo a ser salpicado ya por sus destellos de distorsión del espacio-tiempo. Esa mesa no está ahí porque sí. Es un mensaje que nos trasciende inclusive desde lo más simple, es una reformulación del mal tiempo. Me transporta. Es decir, es o será una obra de arte, en realizad lo es y no, pero de una forma muy delicada. Intento escribirte un mensaje, pero no hay sistema y aunque estamos frente a frente no te das cuenta. Confirmado, estamos bajo ataque.
Me siento bien de estar ahí después de todo. Aquella mesa contigua me parece un claro acto de resistencia, que implica sacrificio y lucha, reconociendo además que está ahí también el carácter endurecido de nuestros departamentos obcecados por ilusiones de hace décadas atrás. Mientras afuera de la casa llueve, también caen dentro, cada vez más dentro, goteos lentos, a destiempo… ¿Hasta cuándo durará el toque de queda? Suspiro.
Me siento en la casa en la que nací, es una sensación extraña que me recorre: me gustaba tardarme al tomar un baño porque se condensaban en el techo gotas tibias que caían. Es como si de alguna forma estuviera ahí otra vez. Y me doy cuenta entonces de que he habitado algunas casas como ésta, sostenidas milagrosamente como en una pose de yoga imposible. También las habité luego derrumbadas, o en ese proceso, intentando insuflarnos esperanza mutuamente. Pero no sabía nunca con certeza si la Sombra también podía llegar ahí, o si ya había llegado, sólo nos enseñaron a rechazarla. Y eso justamente es lo que nos separó. Poco a poco, los pequeños microorganismos internacionales han ido tomando cada vez más el control. Después de todo para eso dicen que están aquí. Quieren ayudarnos desde el presente, pero como te dije la Sombra es muy astuta. Sé que debo activar el sistema de alarma, pero extrañamente no lo hago.
Comienzo a murmurar, como oraciones, los comandos de sistema japoneses básicos mientras busco mi espejo negro, pero está en el piso en un charco de agua. Ya nada, literal. Pero en lugar de preocuparme miro en él a un joven que al mojarse se transforma en mujer y eso me agrada mucho. Quizá sea sólo un reflejo. Las cosas que verdaderamente atraen nunca lo hacen de forma consiente. Sin embargo, no comprendo al algoritmo. Ahora miro a uno de mis amigos de infancia, que siempre fue alto. Me sentía protegido junto a él. Estábamos algo pasados de peso, y aunque yo nunca di el estirón como él, pero éramos los mejores amigos. Nos reencontramos un día por casualidad, con los años él adelgazó y se volvió instructor de bicicleta, recuerdo la impresión que me causó volver a verlo, me pareció que se había vuelto muy atractivo. Salimos un par de veces y parecía interesado en mí, antes de que me ghosteara. Hemos caído tantas veces en error 404 que ya deberíamos reconocerlo más fácilmente.
La luz entra con inusual intensidad desde el jardín del restaurante replegando a la Sombra. El césped está tan alto que cubre la reja como una ola, en el patio hay mesas tiradas por todas partes. Ya no estas frente a mí. Ocurre una explosión descomunal que ocurre casi en cámara lenta. Llegué al horizonte de los acontecimientos, hay sólo el resplandor y efectivamente gotas tibias como sí la masa madre me recibiera de vuelta y me conforta una huella psíquica una voz que dice suavemente: Obedeced al Algoritmo. El aire está cubierto de un polvo muy fino y congelado, en todas direcciones saltan fragmentos de fragmentos.
Ernesto Zavala