El pasado domingo 4 de junio, nuestro país celebró elecciones locales en dos entidades federativas: Coahuila y Estado de México. Con ello, concluyó el calendario electoral programado para este año.
Los resultados preliminares de las elecciones en el Estado de México parecen indicar que, el Grupo Atlacomulco llega a su fin. Una de las élites políticas locales más conocidas que data de principios del siglo pasado, ya no pudo conservar el poder político en la gubernatura.
En tanto, Morena avanzó por territorio mexiquense. El contexto y los antecedentes políticos de la entidad son importantes. Por una parte, de las 32 elecciones para gubernaturas que se han llevado a cabo desde 2018, 23 las ha ganado Morena, junto con sus aliados (el PVEM y PT). En ello, el efecto de arrastre del presidente Andrés Manuel López Obrador ha ejercido una influencia importante en la victoria de su partido –y sus aliados– en las entidades federativas.
Por la otra, la oposición política (el PRI, PAN y PRD) atraviesa por crisis internas, ya sea por sus liderazgos desacreditados o contradicciones ideológicas. Aunque se presentan en alianza, no terminan de organizarse ni convencer por qué representarían una alternativa política ante el predominio de Morena en el sistema de partidos mexicano.
Estas elecciones y, en particular, las del Estado de México permiten medir la fuerza electoral de los partidos políticos, así como también el pulso político del país frente a los próximos comicios federales, donde se renovará la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión (Cámara de Diputados y Senadores), ocho gubernaturas (Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán) y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Si el PRI, PAN y PRD continúan sin resolver sus problemas internos, movilizar a sus bases en los estados y articular una agenda en común más allá de solo ser “anti-AMLO”, seguirán perdiendo espacios de poder y solo serán partidos testimoniales.
Por su parte, Morena debe trascender a su líder político y moral, fundador del proyecto. Aunque parezca que su triunfo en la Presidencia de la República está garantizado en 2024, debe establecer reglas claras y respetadas por todos sus integrantes para definir sus candidaturas y consolidar sus éxitos electorales. De lo contrario y aunque lo disimulen, no estarán exentos de divisiones internas, como ocurrió en Coahuila o lo que se avecina con la elección de su “coordinador de los comités de defensa de la Cuarta Transformación” (todos sabemos que se trata de su candidato a la Presidencia).
La antesala de 2024 está por terminar. En septiembre próximo iniciará este proceso electoral más grande en la historia política y electoral de México. Para entonces, los partidos políticos habrán definido sus candidaturas. Estaremos atentos de cómo avanzan.