Hacer las cosas normales,
no es sexy.
Joe Klemczewsky
Mientras entreno en el gimnasio pienso en una reflexión atribuida a Bruce Lee, donde el Pequeño Dragón relata que, al principio: “un puño es sólo un puño”. Luego, mediante el arte (marcial), uno encuentra una cantidad inmensa de formas de utilizar el mismo puño. Pero, finalmente al dar un golpe, el puño vuelve a ser nuevamente sólo un puño.
Observo mi mano que, ha perdido la fuerza de agarre y que apenas puedo cerrar con dificultad, pues el antebrazo está fatigado después de un entreno extenuante. Aquellas siete sílabas entonces resuenan una y otra vez cada vez más luminosas: un puño es sólo un puño. Me deslumbran tanto, que de pronto siento el golpe. En lugar de abrirse una herida, se abre una poesía, como si al abrir mi puño encontrara un Haiku:
Mano inexperta,
un puño es sólo un puño,
mano despierta.
Algo misterioso ocurre cuando la mano se reconoce. Porque inclusive, puede transmitir ese efecto: mediante un golpe, levantando una pesa o mediante la palabra escrita (como en el poema o este escrito). La mano se ha convertido en una lengua, el puño es una boca que aprieta los dientes, para gritar. La mano cerrada está llena porque está vacía; está mirándose a sí misma, está empoderada.
Está por iniciar la clase de baile en el gimnasio. En sus 400 mts. cuadrados tienen máquinas de entrenamiento en el 70% del espacio, quedando sólo una pequeña área de espejos y duela para baile. Esta zona queda además rodeada por bicicletas y caminadoras desde donde algunos suelen observar la rutina de baile. ¿Dependemos de las máquinas también para entrenar? Recuerdo que uno de los momentos más importantes de mi entrenamiento hace casi un año fue cuando decidí entrenar sin mi teléfono celular. El puño duerme el sueño hipnótico de las pantallas.
Aún no inicia el baile y me pregunto ¿y si el resto del cuerpo despertara? En realidad, no había caído en cuenta en esto, creí que estar despierto era algo como “lo contrario a estar dormido”, pero no es así de simple. Me viene a la mente cuando decimos: “se me durmió una pierna” y río. Pero, de pronto, observo en el gimnasio a muchas personas que “creen que entrenan” pero en realidad su cuerpo está profundamente dormido. Al principio también fue así para mí, lo reconozco. Miro cómo realizan algunos movimientos con pesas, corren o andan en bicicleta o caminadora, pero lo hacen tan mecánicamente que su cuerpo aún no se ha enterado que están entrenando. Su mente está en otra parte y su cuerpo está ahí casi por mero compromiso. Se ha borrado mi sonrisa. Si tan sólo cada parte del cuerpo se reconociera, como el puño, despertaría.
Ernesto Zavala
0° 0´ 0”