En determinado momento se nos abren los ojos y lo sabemos: la violencia es inherente a los humanos desde su más profundo pasado, quizá desde antes de su conformación “sapiens”. Y en sociedades alienadas, con personas insatisfechas, bajo complejas y desordenadas presiones del “deber ser” y rencores sin resolver en sus anhelantes espíritus, la violencia puede desencadenarse sin freno ante cualquier nadería, más aún si se trata de un ego herido. Y si este ego herido habita a un severo usuario de alcohol suelto en las redes sociales, tenemos las condiciones adecuadas para que por cualquier motivo se expresen las más abyectas leperadas, poco dignas de ser exclamadas por cualquier persona bajo ninguna circunstancia… Eso pasó hace poco en mi muro, como les había comentado en una entrega anterior de esta columna.
Pero no debemos olvidar que parte de esa violencia verbal (con sus alusiones sexuales) manifiesta también el grito de auxilio de humanos en crisis que, quizá a pesar de sus mejores y reales intenciones de cambiar, no han topado aún con algo (pst, pst: terapia) que los haga evitar repetir el modelo de relación social violento, verticalizado y piramidal, que les fue sembrado en la conducta quizá a constancia de golpes o abusos, en el “sano” ambiente hogareño, barrial, social, escolar. Es decir, hay mucha gente herida en lo profundo. Y aun cuando quizá en ciertos momentos hayan parecido superar su malestar, y luzcan como personas que “deciden” sus acciones, que trabajan y cumplen con el rol que “asumen”, en realidad sólo han escondido su dolor, miseria, rencor, hasta que llegue una circunstancia o persona que les haga liberar la ira acumulada y así sentirse por un momento reivindicados, irrebatibles, poderosos en un mundo que creen dominar por fin, controlar por fin, cuando es éste quien en realidad los aplasta y los somete a la ceguera de las pasiones, de sus arrepentimientos, de sus vaivenes emocionales asfixiantes.
Cómo es complejo el humano: eneaedro de facetas y acumulador de máscaras. Si hay una misión en este mundo, podría ser esta: a través del tiempo de vida despojarse de las máscaras que nos implanta la familia, el Estado, la religión, la sociedad, los roles predeterminados, nuestro propio ego amenazado por esos puños, y reconstruir en su lugar a un ser humano de verdad, con libertad de pensamiento, pacífico y respetuoso de las culturas, ideas, saberes; consciente del breve lugar que ocupa en el espacio y el tiempo; dispuesto al servicio y animoso por alcanzar metas dignas para una raza humana que hasta ahora ha usado sus capacidades para depredar y contaminar a su Madre Tierra…
Va, lo entiendo
Estimades lectores, sé que soy un soñador. Lo admito. Y admito, antes de que salga el avispado de siempre, que no soy el hombre perfecto que vino hoy a subirse a la cima del montículo de lo Moralmente Superior, porque no. Soy un soñador raspado por la realidad en más de una ocasión, y en determinado momento se me han abierto los ojos y lo he tenido que saber: aunque la violencia es inherente, también depende de uno. Así que pongo mi granito de arena para frenarla y aplico, de vez en cuando, sobre todo cuando en la virtualidad veo que viene con los cuernos por delante el borracho desconocido sobre mí, el arte de dar un pasito de lado y permitirle que el buey en crisis se dé de frente contra la pared. Pienso que sería abusivo de mi parte patearlo cuando de su propio golpe ha caído noqueado. Y por eso aplico la mayoría de las veces, ante casos así de mal manejados por la autorresponsabilidad en redes sociales, las enseñanzas del filósofo Jesús, de quien hoy se celebra su nacimiento, quien aconsejaba el perdón de las ofensas (ojo: no confundir con delitos).
Vale, apliquemos y celebremos esa idea, que permite aligerar nuestro corazón para que siga en su crecimiento hacia no sabemos dónde, y da pie a la paz. Asimismo, hay una vertiente de análisis sobre la necesidad de entender que la vida en línea es también la vida real. Que lo consumido y emitido en línea también forma parte de la realidad y la configura.
En fin, que trataremos el tema más a fondo en una próxima entrega porque, como ustedes saben, lectores tripulantes de esta roca espacial, nos hallamos en estas épocas en las regiones más lejanas de la órbita respecto al Sol, las más frías, y recomienza el camino diario aparente de nuestra estrella en su vuelta al cenit. Se celebra el nacimiento de Jesús, Apolo, Saturno, Huitzilopochtli, y hasta el calendario burocrático-gregoriano señala el reinicio del ciclo en unos cuantos días. Dejemos atrás la mala vibra que nosotros podamos generar y esforcémonos este año por superar nuestros miedos, debilidades, inseguridades, barreras, vicios.
Confiemos en encontrar y saber mantener una relación cálida, equilibrada y sana con quienes convivimos y con quienes conozcamos. Y practiquemos la paciencia con aquellos que, en las redes sociales, exhiben las heridas mal cuidadas, infectadas, de su pasado.
¡Salud!
A propósito de otra cosa, ¿qué hay de recalentado?