Vaticinar el futuro es un don que pocas personas pueden presumir. Quien redacta estas líneas no se jacta de poseer esa habilidad. No obstante, no puedo sino admirar el giro histórico que se aproxima: México, tierra de tradiciones, está a punto de ser gobernado por una mujer por primera vez en su historia.
Un hito que despierta elogios y miradas expectantes en un mundo aún en proceso de equidad de género. Esto abre un sendero de posibilidades y brinda una perspectiva fresca en el ejercicio del poder.
Antes incluso que nuestros vecinos del norte y varios países del llamado primer mundo, esta predicción no sólo celebra el liderazgo femenino, sino que también marca un paso significativo hacia la igualdad de oportunidades en la esfera pública.
En el año 1955, la historia de México presenció un momento trascendental cuando María del Socorro Blanc Ruiz, maestra normalista originaria de San Luis Potosí, se convirtió en la primera presidenta municipal de su estado natal, abriendo así un capítulo significativo en la política del país.
Han transcurrido 69 años desde aquel suceso, México se prepara para presenciar un nuevo capítulo significativo: la ascensión de una mujer a la Presidencia de la República.
¿Será el momento en que nos convertiremos en una nación más justa? Pronto lo sabremos.
Si bien el género no define ni capacidad ni empatía de quienes lideran y ocupan roles de dirección, es crucial anhelar que el país no sólo prospere, sino que su sociedad evolucione hacia la búsqueda primordial de paz y armonía, tan necesarias en estos tiempos.
La promoción de una mujer al máximo cargo es más que un logro individual; es un reflejo de la apertura y la inclusión en la toma de decisiones. Esta oportunidad histórica nos desafía a trascender las barreras preestablecidas y a promover un país donde la equidad y la justicia no sean meros ideales, sino una realidad palpable.
En el plano internacional
La capacidad de la Organización de las Naciones Unidas mengua frente a los conflictos bélicos. Tiene escaso o nulo impacto en detener las guerras y resolver las diferencias mediante acciones políticas, empleando el arte de la resolución pacífica.
En específico, Israel debería rendir cuentas por el exterminio del pueblo palestino en la Franja de Gaza y Cisjordania ocupada. La resistencia del pueblo palestino ante la ocupación perdurará mientras la humanidad continúe conmoviéndose y exigiendo un camino hacia la paz.
La sorpresa sería que Netanyahu, primer ministro israelí, cese el ataque de su ejército pronto, pero ya ha declarado que no lo hará hasta que no erradique la amenaza de Hamas, no importando que en el ataque vayan las muertes de civiles por delante.
Hamas es considerado como una organización terrorista por Israel, Estados Unidos, la Unión Europea y otros países.
Según datos del gobierno del territorio palestino, controlado por Hamas, el número de muertos en la Franja de Gaza supera ya las 20,000 personas en 75 días de guerra. Esto implica que, a causa de los bombardeos perpetrados por las Fuerzas Defensa de Israel, aproximadamente uno de cada cien palestinos ha perdido la vida.
En tan solo dos meses y medio, esto se traduce en un promedio de once fallecimientos por hora, casi un palestino cada cinco minutos. Además, alrededor del 70% de los fallecidos son mujeres y niños, una estadística que resalta el impacto desproporcionado de este conflicto en los sectores más vulnerables de la población.