Aproximarme sigilosamente a tu cuerpo ajetreado, mientras expulsa de cada uno de sus poros una mezcla salada, entre líquida y vaporosa; con mis ojos a menos de dos centímetros de tu piel extensa y mi olfato succionando tu extracto tibio, me produce una revolución indomable.
¿Te han dicho que tu olor es adictivo? Inhalarte es viajar a un estado de psicodelia donde el entorno muta a figuras nacidas de acuarelas multicolores, recreándose incesantemente, en movimiento constante, variando de un abstracto a otro, dejando tras de sí, ligeras gotas de agua cristalina que mojan el lienzo de mi nuevo hábitat.
El buqué de tu entrepierna enciende, como reacción en cadena, hasta los sentidos que desconozco en mí. El espíritu de la locura penetra en mi nariz usurpando mi naturaleza recatada, supliéndola por una excitación sensorial desbordada, inaudita e incontrolable.
El efluvio de ti, de tus muslos, de tu espalda, de tus partes escondidas, me llevan a una necesidad de tomar tu torso con mis manos que, perdidas en la insensatez de mi adicción, anhelan expandirse hasta cogerte desde la uña del pie al último centímetro de cabello.
Resollar sobre tu cuero desnudo, mientras mi olfato absorbe tu esencia, es el más vívido de los paraísos florecientes de fogosidad erótica e impúdica.
Ansío beberme tu néctar sin nunca saciarme. Aspirarlo. Relamerlo.
Empaparme en el jugo incitante de tu erotismo fragante.