Ray Loriga[1]– el rockstar de la narrativa española, el enfant terrible de la literatura hispánica contemporánea- desarrolla esta breve pero contundente novela en la misma línea que lo caracteriza: el realismo sucio español, con un claro tiro al blanco: la culpa y los remordimientos.
La historia inicia en Madrid en el verano de 1998, nuestro protagonista tiene apenas 16 y al igual que casi cualquier adolescente a esa edad – está confundido, aislado, se odia a sí mismo, busca el éxito o la aceptación social a toda costa – que a esa edad es casi lo mismo- adherido cual pegatina a su “mejor amigo” mismo que dicho sea de paso no soporta: Chino.
Por más impertinente y molesto que sea, es sin duda más rico, más guapo, con más onda. Por mucho que Chino hostigue y sobaje constantemente a nuestro protagonista y la base de su amistad sea la nada misma el capital social de nuestro protagonista se acrecienta a su lado, o al menos así lo cree él. ¿Cuántos de nosotros no hemos hecho lo mismo a esa edad? Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Un sábado, más a regañadientes que por un deseo genuino, se ve obligado a asistir a la fiesta de su prima Ginni, mayor que él y de quien sin duda está profundamente enamorado, tal vez ese enamoramiento o sublimación como lo llama el autor sea la única constante y la única motivación que vive y ha vivido a lo largo de su vida. Ginni es guapa, inteligente, osada… “diferente a las demás chicas…” ¿No vemos así todos al sujeto de nuestro enamoramiento? En fin…
Ginni organiza esta fiesta de despedida ya que parte a la Sorbona a estudiar un doctorado en Ciencias Políticas. En el transcurso queda claro que ni Ginni ni sus amigas soportan a Chino y sus aires de superioridad y de galán impostor. Chino, no acostumbrado a que las chicas no caigan rendidas en sus brazos, las acusa de sosas, aburridas y persignadas… de ahí que salieran en medio del festejo este a buscar “nuevas aventuras” remedos de check magnet y su correspondiente wingman.
De la fastuosa fiesta de Ginni salen a recoger a una mesera ecuatoriana que habían conocido poco antes. De nombre Fernanda, muy atractiva y joven llama la atención de ambos chicos. Nada que pareciera remotamente interesante: la llevan a un bar común y corriente o más corriente que común. La chica coquetea a diestra y siniestra, les llama la atención su sensualidad y su acento tan distinto al de ellos.
De ahí parten directo y sin escalas a casa de Chino, donde ella finalmente elige y se decanta por el joven. Todo parece ir bien. Nuestro protagonista, con el alcohol en las venas, un puñado de disgustos en el bolsillo y el rechazo – nuevamente- a modo de mochila oye algunas risas, ronroneos, a lo lejos tal vez algún grito… Sin embargo, está completamente dormido. ¿en realidad? ¿o sea hace el dormido para evitarse vergüenzas y sentirse aún más viviendo en el club de los desairados.
Pero algo pasa… Se tuerce y se tuerce feo, la noche no termina como fue planeada: un balazo, sangre, confusión. Entre sueños -recordemos que no estamos seguros de qué tan dormido estaba y qué tanto fingía-.
“Vives como si nada hasta que algo se te clava, y después se trata de sacarse esa espina, más que de seguir viviendo”.
¿Qué ocurrió entre Chino y Fernanda? ¿Un intento de violación, un arrebato de pasión desmedida?, ¿la ecuatoriana habría intentado sacarle plata? ¿Fernanda habrá muerto?
No solo la incertidumbre… la culpa perseguirá a nuestro protagonista por décadas. ¿por qué no hizo algo? ¿Por qué no tomo cartas en el asunto? Hablamos de un hecho que involucró un arma de fuego, un balazo y sangre. Este hecho funesto, aunado a la duda y la culpa perseguirá al testigo silencioso, por más esfuerzos que ponga por olvidarse de ello.
“Todo el mundo tiene un recuerdo oscuro, una medusa tenebrosa que, en perfecta simetría, mancha el futuro de su existencia. Una sombra de tinta que impregna la página siguiente con una forma imprecisa, pero idéntica que avanza en dirección opuesta. Chrysaora achlyos, creo que la llaman y al parecer no es mortal, pero es negra y enorme y flora a la deriva cubriéndolo todo.”
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Loriga introduce entre el sábado y el domingo una coma… un ejercicio que lejos de ser solo un uso correcto de puntuación denota una pausa- de 25 largos años-.
Así, la historia se retoma un domingo, pero de 2013- 25 años después-. 25 años donde al autor, de quien recién sabemos su nombre, Federico, por Lorca y quien reniega de éste, de su nombre, no de Lorca, los ha vivido bastante en blanco… como si esa famosa medusa lo hubiese en efecto cubierto todo.
No hay en su haber grandes logros profesionales, ni grandes pasiones, se enamoró – sin pena ni gloria- y dejó escapar a la madre de su hija como cualquier cosa, quería escribir y solo publicó un poemario juvenil… renunció pronto a las letras, nada destacable en ningún campo en esos años. Con montones de fracasos y malas decisiones a cuestas, vive así… casi por inercia, dedicado a tareas tan absurdas como vender vinos ingleses no solo en España si no en la propia Latinoamérica: Argentina y Chile incluidos.
Un hombre hecho y derecho – al menos en apariencia- es también un padre que intenta- no con particular gozo ni éxito- estar presente en la vida de su ya adolescente hija, a quien precisamente acompaña un domingo a una fiesta del colegio- el Internacional, que a todas luces está encima de sus capacidades económicas-. Esta ahí en esa fiesta, igual que hace 25 años, más por compromiso que por un verdadero interés o con legítimo ánimo. Pero es que al parecer él ha llevado así su vida… nada le puede generar una auténtica alegría, un real motivo de felicidad o de inspiración a futuro.
Estando en la fiesta de Halloween de su hija, decepcionado por la larga fila de padres esperando una cerveza fría, comienza a charlar con una mujer desconocida, enfundada en un tan misterioso como sensual disfraz de Catwoman. Poco a poco la plática va evolucionando del terreno común donde platicamos los padres de familia hasta develar una serie de pistas: esta mujer sea quien sea está al tanto de los hechos funestos ocurridos en 1988. El madrileño desconoce su identidad… pero ella sabe a pie juntillas lo que sucedió aquella noche y que ha atormentado a Federico de forma constante por más de dos décadas. ¿Quién es ella? ¿Por qué sabe lo que sucedió? ¿Qué sucedió en realidad? ¿Qué hace en el Halloween de la fiesta de su hija? Por más intentos de huir… la verdad lo ha encontrado, más de dos décadas después y en un improbable sitio.
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Sábado, domingo, es un relato sobre los instantes que cambian nuestras vidas y nos persiguen, aunque no sepamos muy bien ni por qué ni su verdadera naturaleza. Sobre las culpas y los “debí de…” “por qué no hice…” que a todos de una u otra forma nos siguen, deudas y pesadillas que acabamos asumiendo como propias, aunque no tengamos clara nuestra responsabilidad en ella y la huida a la que nos sometemos – porque nos corresponda o no- es preferible a aceptar una realidad, sobre la cual no podemos preguntar, ni volver sobre nuestros pasos, y por ellos estamos convencidos no creemos estar listos para afrontarla.
Loriga y su genio –ese que nos hace sentir que escribir como él es cosa fácil– nunca decepciona. Habrá que apuntar ese libro en los pendientes y de necesaria lectura.
[1] Madrid, 1967. Premio Alfaguara 2017.