“Los ojos de las estatuas Lloran su inmortalidad”
Gómez de la Serna
I El motivo del mundo
Dado que motivo significa literalmente movimiento, una motivación es primordialmente el impulso para hacer algo, más que para no hacerlo. Y si bien tener una motivación mayor puede impedir hacer algo distinto, el movimiento entonces permanece. Estamos aquí por lo tanto ante la ilusión de detener el mundo con el pensamiento.
Internamente la visión de mundo para cada uno de nosotros es muy diferente, pero si en realidad cada cabeza fuera un mundo, más allá de haber algunos mundos pequeños e inhabitados, éstos estarían seguramente en movimiento. Por el contrario, el mundo como visión externa, continúa inclusive sin la especie humana o más allá del planeta Tierra. Mundo es, después de todo, la expresión latina para la palabra griega Cosmos.
II La virgen del apocalipsis
Recuerdo la primera vez que vi esta pieza del artista Bernardo de Legarda. Es una obra de 30 cm. aproximadamente, elaborada en alma de madera policromada, cuya espalda y cabeza portan herrajes de plata y fue realizada, por encargo para la Iglesia de San Francisco de Quito, circa 1734. Muestra una mujer con alas de cóndor que aparentemente baila sobre una luna, nubes y una serpiente.
Ella está pisando lo que pareciera ser más una escalera sobre la que se apoya. Si se ve la figura en un sentido, la mujer está casi a punto de caer, pero si se ve en otro, el vestido da la impresión de un giro ascendente. La forma de su corona es, en su parte central, similar a la de la luna en la base, pero está rodeada de otros rayos que, si se imaginan como un círculo completo, representarían el sol rodeado de al menos doce estrellas.
III Fin de año
En un hotel en un pueblo de Colombia durante las fiestas de fin de año pasó algo singular. Sobre la recepción había algunos relojes de pared con las horas de varias de las capitales de países importantes del mundo. Sin embargo, un rato después me percaté que todos los relojes estaban detenidos, lo cual me causó inquietud porque, además de la extraña situación, justo mi reloj de pulsera y el del celular habían tenido ciertos comportamientos extraños los meses anteriores y el tiempo se había apoderado especialmente de mi atención. Los movimientos de las manecillas, o números digitales, no son sino una alegoría muy simplificada del tiempo. Recordé cuando mi mejor amigo murió y su reloj siempre exacto quedó con un desfasamiento de casi dos horas, pero de cualquier forma siguió funcionando. Ahora mirar todos esos relojes detenidos a la vez en un momento de celebración era un tanto fantasmagórico.
En la habitación había ya olvidado por completo el incidente hasta que de pronto miré la pantalla digital del teléfono en el velador. Tenía la hora correcta pero la fecha era otra, once años atrás. La conversación y los pensamientos volvieron como un relámpago, un acto reflejo. Puse música tratando de detener el pensamiento, pero afuera había cada vez más explosiones, ahora no sólo de fuegos artificiales, sino de verdaderas bombas en los parques como recordatorio de la insurrección, de la guerrilla.
A la expectativa, apagué la luz y abrí las cortinas. Nos preguntamos si había llegado nuestra hora. Parecía de pronto el fin del mundo, los cristales del balcón de la habitación se cimbraban y el calor de las explosiones se sentía intensamente. Humo denso, la luna sonreía como una guadaña. Ecos sordos de más explosiones, sombras ondulantes como serpientes en las paredes. Ella buscó mi mano, me levanté despacio y con los ojos cerrados, empezamos a bailar.