…sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves
tan oscuras tan graves,
que aún el silencio no se interrumpía.
Sor Juana
Silencio es una palabra, hace poco me percaté de eso. Qué alhaja descubrimiento. Es más bien un acertijo.
Cuando entraba en casa una noche no encendí la luz y pude escuchar, dentro de esa penumbra inusitada, el eco de mis pasos. El sonido era tan nítido como si el lugar estuviera por completo vacío. Me acosté un poco intrigado, con bastante cansancio francamente, pero un rato después otro sonido muy evidente y repetitivo me comenzó a distraer cada vez más impidiéndome dormir. Pensé que podía ser alguna gotera por lo que me levanté y llegué siguiendo el ruido al otro lado de la habitación, justo frente a mi reloj de pulsera. El sonido que interrumpía mi sueño era del segundero diminuto. Hay noches así.
Hacía dos semanas que había tenido oportunidad de empezar un entreno matutino de Aerobics en un gran gimnasio, más espacioso aún de lo que era en realidad, porque ya no tenía máquinas ni equipos. El eco que se escuchaba a cada paso me recordaba al de mi casa. Aquí sin embargo, genuinas goteras marcaban, improvisando a diferentes tiempos, nuestras rutinas mientras caía el agua en recipientes a la medida. En el baile el tiempo puede transformarse y volverse por ejemplo más ligero, eran clases de tres horas que pasaban sin darme cuenta. El coach, en alguno de los descansos, me contó que el gimnasio estaba vacío porque su ex-esposa se había llevado todo luego de irse con uno de sus alumnos. Aquellas gotas que caían sentí entonces que eran saladas, reflejaban pues, sudor y llanto.
Si lo permites, el peso del tiempo es capaz de derrumbarlo todo ¿Qué no hará con un techo desilusionado? Sin embargo, bajo esa pequeña tormenta emotivo-coreográfica también hacía por momentos un buen tiempo con giros, saltos y contratiempos como un “cha-cha-cha y… ¡Cambio de pierna!” La música se revelaba como una máscara del silencio. Bailábamos no sólo avanzando, retrocediendo y dando pasos laterales, nuestras caídas eran parte de la coreografía antes de volver al engañoso silencio, de donde todo surge, seductor como en la composición 4´33” de John Cage.
Él se dio cuenta de que me di cuenta. “Te quiero presentar a alguien” me dijo. Me pidió que me acercara a la pared enorme de espejos situada frente a nosotros en la pista de baile. Estábamos ahí, de pronto para enfocar nuestra atención y recordarnos que estamos justo en el presente, frente a frente y no en otra parte, o quizá para mejorar nuestras posturas y vivir la contradicción lateral que encierra un reflejo. Yo esperaba alguna canción o pasos nuevos pero el Coach sólo me miró desde el reflejo y dijo: “ese que está ahí es un gran amigo mío, espero que a partir de hoy también lo sea para usted, su mejor consejero silencioso”. Mientras me presentaba conmigo mismo, con mi propio reflejo o con el misterio del reflejo, yo empecé a percibir el eco de las gotas que me llevaban a casa otra vez y luego el segundero. Esta vez me estaba reflejando en un espejo más grande que el de la pared, reflejándome en las palabras, en los pasos de baile, en las goteras, en los silencios.
Volví a mirar el espejo, más bien a escucharlo: “No se llevó todo Coach” dijo mi reflejo con cierta camaradería mientras él sonriendo tranquilamente me contestó que justo eso había pensado él todos los días para salir adelante hasta que, una noche que decidió no encender las luces, al llegar ante el espejo, su propio reflejo le dijo sin palabras: quizá más bien no se llevó nada.