Mientras el sonido del granizo perfora mis oídos, imagino tu cuerpo tendido sobre la alfombra. Elaboro historias que me guíen a desnudarte, creo escenas diversas, todas ellas enfiladas a tentar hasta tu alma.
La luna se asoma curiosa de conocer mis elucubraciones, agudas, candentes, incendiarias.
Ahí estabas tú. Pintura diluida sobre la alfombra vieja, arañada. Levantas el polvo a cada contorsión de tus brazos. Pierdo la razón. Olvido la dirección de mis movimientos. Me paralizo al observar cómo despojas cada lienzo que te cubre.
¿Me provocas deliberadamente? Bah… ¡qué importa!
Te monto bruscamente y cubro a modo de nube rampante el amanecer que obliga a brotar tu selva virgen. Hurgo entre tu follaje como cazador vil e insaciable.
Me abro camino. Primero el meñique, luego el anular… así hasta el pulgar, hambriento.
Te encuentro líquida, desbordada de luz. Escurres como savia de árboles infinitos.
¡Qué placer morir de asfixia en tu mar!
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