La transición generacional en el formato de pensamiento de la humanidad es una condición sine qua non para su evolución, específicamente aplicable en los modelos psicológicos, sociológicos, filosóficos o incluso morales, en los que basa su quehacer cotidiano y toma de decisiones.
Para este siglo XXI la aplicación de la práctica filosófica, ya en boga, resulta imprescindible ante la cantidad indiscriminada de información que no alcanza a ser procesada derivado de la rapidez en que viaja, además de los “huecos”, cada vez mayores, que deja la estampida de datos que pasan frente a nosotros cada segundo.
Al entender a la filosofía como la disciplina ancestral que, del individuo a la colectividad, ha permitido conocernos mejor como ente y especie, dilucidar sobre la existencia, así como nuestro quehacer en el transcurso de la vida, resulta ser una de las herramientas óptimas con que contamos en la actualidad.
Identificar al siglo XX como punto de inflexión en el tratamiento de la filosofía, para pasar de los supuestos a la praxis, toma especial relevancia dado que, durante esos cien años, los cambios para la humanidad fueron sustantivos.
Guerras mundiales, movimientos sociales, revolución sexual, evolución exponencial de las Tecnologías de la Información y la Comunicación –nacimiento de internet–, globalización y cambio sustantivo en la forma de comunicarse, son sólo algunos ejemplos que resultaron en una nueva sociedad para el siglo XXI.
En esta vorágine de situaciones es cuando surgen los primeros destellos de lo que hoy se identifica como práctica filosófica que, de acuerdo con el filósofo español Gabriel Arnaiz (1), engloba cinco movimientos: diálogos Socráticos (1920), filosofía para niños (1970), asesoramiento filosófico (1980), cafés y talleres filosóficos (1990), y filosofía en las organizaciones (2000).
“Aterrizar” la filosofía para darle un uso tangible, en los hechos, con el uso de metodología, le lleva a un nivel superior, incluso, que otras disciplinas ya ubicadas por la sociedad como líderes en este fin
La trascendencia de esta actividad deriva en que para las generaciones que vivimos, y vivirán, durante el siglo XXI, se vuelve real la oportunidad de llevar a la consciencia y la razón, promovidas por el estudio filosófico, a una aplicación concreta, con objetivo definido y, sobre todo, incluyente.
El hecho de “hacer alcanzable” la filosofía a la sociedad, sin importar el estrato social o nivel educativo, puede resultar ser la clave que permita la evolución de este siglo, en sentido lato, como “las décadas en que el autoconocimiento permeó para forjar una colectividad próspera”.
Uno de los retos de la práctica filosófica, será lograr una penetración constante alrededor del mundo; en primera instancia para dar a conocer la pluralidad de movimientos inmiscuidos, segundo para dar apertura a la incorporación de nuevas corrientes y, tercero, demostrar a la comunidad que hay un acceso efectivo para aprender a filosofar.
El tener diferentes perspectivas incorporadas a esta disciplina es conveniente para atraer a más grupos poblacionales que no sólo aprendan a filosofar, sino que lo ejerzan cotidianamente[1]. De este modo, sumar movimientos a los ya identificados ampliará la oferta, se consolidará como una solución inclusiva, y ámbitos del mundo actual como el educativo, laboral, ocio, vida individual o privada, estarán plenamente identificados.
La filosofía es una disciplina única que permite, por su constitución, la incursión de contenidos no sólo distintos, sino incluso contrapuestos, que convergen en su esencia, es decir, en su vínculo por antonomasia con el ser humano. Con su origen.
Si la práctica filosófica se consolida y continúa su crecimiento, podrá ser uno de los factores que caractericen el siglo XXI como herramienta para el autoconocimiento y funcionamiento óptimo de la humanidad (no únicamente en la academia). Por ende, la concepción de ideas podrá ser llevada a la práctica específica y actuar en consecuencia, es decir, filosofando y accionando.
Justo en este momento, cuando la práctica filosófica se afianza y su crecimiento es constante, no debe perderse de vista la trascendencia de darle valor a cada uno de los movimientos que la conforman, aunado a aquellos que se agreguen con el paso del tiempo.
¿Y el Diazepam?
- LA OPORTUNIDAD. El siglo XXI nos ofrece un entorno propicio para que la filosofía pase de la reflexión y análisis, a la acción, no únicamente como el resultado de darle un sentido pragmático a la disciplina, también como el instrumento hegemónico para analizar, comprender y reorientar el objetivo de nuestra breve existencia.
- LO OBLIGATORIO. Las prácticas filosóficas inmiscuidas en el ambiente de por sí enfocado a lo material, remunerado, comprobable, productivo y con resultados tangibles, deben contar con un sustento sólido -surgido desde la introspección- para incorporarse a la actual posmodernidad.
- EL ANHELO. La sed por hallar soluciones a preguntas ontológicas es el principal motor de la práctica filosófica. Con esta actividad inmersa en las acciones cotidianas, la evolución del hombre en materia de pensamiento, reflexión e introspección será evidente, y podrá llevarnos a sitios donde la empatía, entendimiento, y razonamiento hacia las necesidades del otro sean un factor que haga de los grupos un motor de progreso.