Misteriosas figuras de líneas concéntricas o en zigzag, secuencia de puntos que conforman esquemas o tableros, y figuras de seres que combinan partes humanas y animales son solo algunas de las imágenes que quedaron plasmadas en rocas y cuevas antiguas y que hoy conforman el patrimonio gráfico rupestre en México.
Pictografías o pinturas rupestres, petrograbados y geoglifos son los tres tipos principales de vestigios que se encuentran en el medio natural, representados en abrigos rocosos, afloramiento de rocas basálticas o desiertos. De acuerdo con esta clasificación, establecida por el Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico-Rupestre del INAH, las pinturas rupestres son aquellos dibujos creados con pigmentos orgánicos en colores negro, rojo, amarillo y blanco. Son los vestigios más frágiles ya que los pigmentos se van deteriorando con el paso del tiempo y se desprenden de su soporte rocoso por efecto de la lluvia, el viento o los temblores. Aún así, sorprende la duración de las pictografías que datan de la prehistoria como la cueva La Pintada, en la sierra de San Francisco, Baja California Sur, a la que se atruibuyen unos tres mil años de antigüedad.
También prehistóricos son los petrograbados, dibujos realizados al horadar o perforar la roca por medio de percusión, incisión o abrasión de la misma. Notables ejemplos de rocas labradas se encuentran especialmente en el norte y noreste del país en sitios como Boca de Potrerillos, en Nuevo León o Narigua, en Coahuila. Mención especial merece el sitio Las Labradas, situado en una playa a unos 40 kilómetros al norte de Mazatlán, Sinaloa, donde las rocas soportan el fuerte embate de las olas y la marea alta, sin mostrar deterioro en sus singulares figuras. En general, los petrograbados muestran círculos concéntricos, secuencias de líneas en zigzag, conjuntos de puntos y rostros humanos –o humanoides.
Finalmente, se describen los geoglifos como figuras talladas o esculpidas en el suelo, de grandes dimensiones, como si fueran a verse desde lejos o desde lo alto. Las más célebres son las líneas de Nazca, en Perú, que representan especialmente animales: araña, colibrí, mono, cóndor aunque también hay una figura humana denominada “El astronauta”.
Este patrimonio cultural es particularmente frágil y vulnerable por encontrarse ubicado en el medio natural, incorporado al paisaje, en zonas extensas y –en ocasiones– remotas y de difícil acceso. La destrucción de estos baluartes se ha acentuado hoy día por la falta de conciencia del público que acude a los sitios y (1) deja basura, (2) grafitea o pintarrajea los vestigios o (3) desprende fragmentos y saquea los espacios.
El Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico-Rupestre, área integrante de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural CNCPC del Instituto Nacional de Antropología e Historia ha emprendido este año 2024 una intensa campaña de concientización sobre el patrimonio gráfico rupestre de México. Sin embargo, la conservación de este frágil patrimonio –que no se puede proteger dentro de un museo– depende de la actitud y el interés del público en general, es decir, de todos los mexicanos.
Para la maestra Sandra Cruz Flores, restauradora perito y responsable del Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico-Rupestre, es essencial la investigación aplicada in situ en los sitios arqueológicos donde se ubica el patrimonio. Esto implica la conformación de equipos de restauración especializados que acudan al lugar para realizar el registro, la documentación, la investigación y las acciones de conservación adecuadas. “Pero también implica el trabajo en vinculación con las comunidades cercanas para darles información y capacitación que les permita coadyuvar en la preservación del patrimonio”, expresa la arqueóloga.
Sería imposible habilitar un ejército de vigilantes para los sitios que albergan patrimonio gráfico rupestre. No se puede vigilar 24 horas y siete días a la semana lugares abiertos, en medio del desierto o de las montañas. Son los propios habitantes de los poblados cercanos quienes pueden efectuar esta vigilancia en tanto haya un acceso habilitado y controlado a los lugares y apoyo de las instituciones oficiales para hacerlo. Los Centros INAH en los estados de la República y la la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural dan apoyo a este propósito.
Sin embargo, hace falta una tercera parte en esta ecuación que es el apoyo y cuidado del público: “si los visitantes no comprenden la importancia de preservar el legado de civilizaciones antiguas, no podemos cumplir el cometido. Los visitantes deben cuidar los sitios evitando dejar basura y no dañando el vestigio con pintura, tampoco extrayendo rocas, fósiles o plantas del lugar”, dice Sandra.
Primer encuentro con petrograbados
Hace unos 30 años realicé mi primera excursión a una zona arqueológica con petrograbados. Mi padre, ingeniero agrónomo y funcionario de la secretaría estatal del Medio Ambiente, me llevó a Narigua, afloramiento rocoso ubicado en el municipio de General Cepeda, en Coahuila. En ese entonces, el lugar permanecía sin mayor señalización ni accesos habilitados. Pasamos a través de caminos de terracería y veredas.
A primera vista, no hay más que flora desértica y rocas en medio del agreste paisaje coahuilense. Pero, al acercarnos a los petrograbados, la experiencia se volvió impresionante. Lo primero que me llamó la atención fue un gran dibujo de círculos concéntricos, enorme, de unos dos o tres metros de extensión, plasmado sobre la superficie de una espléndida roca plana. Luego fui descubriendo otros grabados: conjuntos de puntos, líneas paralelas o en zigzag, círculos con rayos como si fueran representaciones solares. La pregunta que surge y que, usualmente, queda sin respuesta es ¿qué era lo que hacían aquí quienes esculpieron estos grabados? ¿Para qué querían estos círculos? ¿Qué representan? Entonces, se aventuran interpretaciones como: esquemas de universo, eclipses, contabilidad de días o de unidades, cronogramas, calendarios…
Fue un momento místico y mágico: la imaginación se echa a volar pensando en grupos de personas que habitaron este lugar miles de años atrás, de quienes no tenemos memoria, y que llegaban hasta acá para hacer ¿rituales? ¿ceremonias? ¿documentos? Agradecí a mi papá, el ingeniero José Armín Gómez Covarrubias, su ayuda para llegar al descampado y poder observar los grabados.
Antes de retirarnos ocurrió un detalle que hoy puedo apreciar mejor: un campesino de las cercanías, al notar que había visitantes en el sitio, se acercó para vendernos “chuzos”. Se trata de afiladas puntas de flecha talladas en roca, a veces, obsidiana. Cuando me di cuenta, mi papá ya había comprado un par de ellas y el campesino se retiraba feliz por ganarse unos pesos. Ahora sé que estos vestigios no se deberían remover del lugar en donde se encontraron a riesgo de perder valiosa información sobre el hallazgo. Pero la pobreza de la gente empuja a que este tipo de transacciones se lleven a cabo con mucha regularidad. En otros sitios de Coahuila he visto la oferta de fósiles y chuzos sin ninguna regulación por lo que es urgente la difusión de información que ayude a evitar estas situaciones. También es necesario el apoyo gubernamental para que los vecinos de sitios arqueológicos encuentren otras formas de conseguir recursos económicos que no impliquen la depredación y el saqueo.
A la orilla del mar
He visitado un par de veces el sorprendente sitio Las Labradas, muy cerca del paradisiaco Mazatlán, Sinaloa. Gracias a la intuición de mis amigas Irma y Adriana Jiménez Bustamante, hemos llegado hasta este lugar que, afortunadamente, está bien habilitado para permitir las visitas del público. Hay un camino de terracería bastante bien cuidado, una entrada con vigilancia y servicios básicos así como un pequeño museo de sitio.
Las Labradas es realmente impactante. Un innumerable conjunto de grandes rocas basálticas, expuesto a la fuerza del oleaje, luce admirablemente unos hermosos y misteriosos petrograbados. Algunos son similares a los que vi en Narigua: círculos concéntricos, onjuntos de puntos, líneas paralelas o en zigzag, círculos con rayos como si fueran representaciones solares. Pero otros son francamente extraños: rostros humanos con cabello desplegado, figuras humanas o zoomorfas, escudos al modo de la heráldica europea…
La pregunta principal es ¿cómo se conservan así? Aunque son dibujos tallados sobre la piedra, con líneas de cierta profundidad, el efecto del mar podría borrarlos a lo largo de los siglos. Pero estas figuras “labradas” permanecen ahí, mostrando sus horadaciones sin mayor daño. Parecen grabadas de manera indeleble, creadas quizá con un rayo láser o una herramienta de alta potencia. Pero esas son solo especulaciones. Lo cierto es que están ahí como evidencia de una antigua civilización que iba a la orilla del mar para hacer rituales o ceremonias, o crear documentos…
La cueva del reloj en Milpa Alta
Mi experiencia más reciente –y más escalofriante– fue este mes de abril de 2024, al visitar la Cueva del Reloj en el pueblo de San Bartolo Xicomulco, alcaldía de Milpa Alta en la Ciudad de México. Esta visita la realicé con mis alumnos de la concentración en Cultura Mexicana del Tecnológico de Monterrey, y con mi colega el profesor Eduardo Reyes. Tuvimos una guía de lujo, nada menos que la maestra Sandra Cruz Flores, restauradora perito y responsable del Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico-Rupestre del INAH. Con ella iban un grupo de restauradores de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural y las responsables de Vinculación de esta institución: Gaby Durán y Sabrina Ruiz.
Fue escalofriante pues la cueva se ubica en una empinada pendiente a la que hay que descender con ayuda de sogas. Yo, que no tengo experiencia en escalar montañas, sufrí mucho el proceso de bajar y subir por la ladera, ayudado siempre por los restauradores, expertos en salidas de campo.
Sin embargo, al llegar a la Cueva del Reloj, la expriencia fue increíble. Hay una enorme pintura rupestre en pigmento blacon que representa un ser con los brazos extendidos entrando a un universo circular del cual se desprenden rayos solares. La arqueóloga encargada del sitio, la maestra Blanca Paredes Gudiño, nos dijo que se trata de una cruz cristiana y que la pintura data del siglo XV. Sin embargo, tras revisar la bibliografía disponible sobre pinturas rupestres como “El arte indígena en Coahuila” de Solveig Turpin (Saltillo, UadeC, 2010) aprecié la similitud de esta pintura con los llamados chamanes de la prehistoria.
Se trata de seres con brazos extendidos y torso alargado que parecen emprender el vuelo. De hecho, algunas pictografías muestran seres con cabeza de pájaro y manos y pies trastocados en garras que se aprecian en cuevas del ejido San Vicente, en la serranía del Burro, en la frontera de Coahuila y Texas. Los restauradores me dijeron que no es ni la misma ubicación ni la misma época pero la teoría podría ser válida.
Los abrigos rocosos, cuevas y sitios remotos fueron utilizados para la realización de rituales por civilizaciones antiguas en que alguno de sus dirigentes ingería sustancias psicoactivas. Bajo el influjo de estas sustancias, el sacerdote experimentaba la distorsión de la realidad y, según Jean Clottes y David Lewis-Williams, pasaba por varios estadíos de alucinaciones que incluían: el efecto de zigzag, la sensación de circularidad y, finalmente, la conversión en otro ser: visión del cuerpo humano con partes de animales. “En todo el mundo, la puesta en marcha, el control y la explotación de los estados de conciencia alterada constituyen la base del chamanismo […] evidencia de la vida mental y religiosa de los pueblos que vivían durante el Paleolítico superior” (Clottes, J. Lewis-Williams, D. 2010, Barcelona: Planeta)
Hace falta mayor investigación y análisis de este descomunal petrograbado para comprender no solo los materiales de que está conformado y su verdadera antigüedad sino el sentido de su representación.
Llegar hasta la Cueva del Reloj fue una experiencia mística. El paisaje que se contempla desde ahí es impresionante: se domina todo un valle –a lo lejos se ve el pueblo de San Pedro Atocpan– y se alcanzan a ver todos los grandes volcanes del Valle de México. Además, la visita realizada el pasado 8 de abril al mediodía nos permitió observar el eclipse de sol (parcial en esta localidad) desde esa ubicación. La luz cambió de color, los gallos cantaron, los perros aullaron… Fue un momento muy especial que me permitió imaginar la realización de una ceremonia o ritual por pobladores de una civilización que existió muchos siglos atrás.
Lamentablemente, y a pesar del riesgo que implica llegar hasta la cueva sin equipo especializado, el sitio está totalmente grafiteado. Grandes porciones de pintura de aerosol en colores chillantes cubren la totalidad de las rocas, además de iniciales y símbolos pintarrajeados incluso sobre la hermosa pictografía antigua. Restos de envases de vidrios rotos (que hacen aun más peligrosos los movimientos por el sitio) y gran cantidad de basura arruinan el increíble lugar. La degradación del sitio se intensifica por la falta de vigilancia y abandono de los pobladores.
Nuevamente el mensaje central es: ayúdanos a cuidar el patrimonio gráfico rupestre, es de todos. Recuerda que si visitas un sitio con petrograbados o pinturas rupestres: (1) no tires basura, (2) no grafitees o pintarrajees los vestigios y (3) no desprendas fragmentos de roca o fósiles.
Mayor información:
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https://conservacion.inah.gob.mx/public/nosotros.php
https://arqueologia.inah.gob.mx/publico/especifico.php?id=MjY5