Este año estoy cumpliendo 37 años como reportero, como periodista. Trabajé para diversos medios de comunicación: “La Unidad” del Partido Mexicano Socialista (PMS), Notimex, Grupo Acir, El Universal Gráfico, Diario de México, La Crónica de Hoy, La Afición, Detrás de la Noticia. Cubrí basicamente la fuente política: PAN, PRD, PRI, Cámara de Diputados, Senadores, Presidencia de la República.
El año pasado, a através del alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, Volker Turk, el organismo exigió al gobierno mexicano “garantizar” la seguridad de los periodistas: “Los periodistas necesitan protección, no ataques de las autoridades”.
Hace más de un año escribí que el presidente Andrés Manuel López Obrador tenía todo el derecho a la réplica frente a los atques constantes de medios y periodistas. Su respuesta, considero, ha tenido que ver con aquellas descalificaciones, mentiras, silencios que enfrentó cuando buscó, en dos ocasiones, ser gobernador de su natal Tabasco.
En aquel entonces, López Obrador y el mismo Cuauhtémoc Cárdenas fueron víctimas de campañas sucias y de la censura de los medios de comunicación que callaron las practicas fraudulentas del PRI en 1988 que favorecieron a su candidato Salvador Neme Castillo y en 1994 a Roberto Madrazo Pintado, propietario hoy de Latinus, medio donde trabajan para él Carlos Loret de Mola y Víctor Trujillo (Brozo), dos detractores del mandatario.
Prácticamente el único medio que dio seguimiento a aquel “Éxodo por la Democracia”, de Tabasco a la Ciudad de México, fue el diario La Jornada con su reporetera Rosa Icela Rodríguez.
Percibo hoy en López Obrador-Presidente, una suerte de revancha contra los medios de comunicación y periodistas que lo atacaron de manera denodada. En las redacciones de los diarios, estaciones de radio y televisión, había una clara instrucción: “golpearlo”, “descalificarlo” o hacerle el “vacío”, y para ello había mucho, pero mucho dinero de por medio. ¿De dónde salía? no lo sé, pero lo había.
Cuando cubrí Presidencia de la República en 1993 con Carlos Salinas de Gortari, éste llegó anunciar que su gobierno no iba a consentir “apoyos” a los reporteros. Se refería al chayo. Aquella afirmación fue muy difundida, pero también fue una gran farsa.
El embute se entregaba sólo a un grupo de reporteros “selectos” de medios escritos y electrónicos de mayor influencia que cubrían las actividades de Carlos Salinas. Eran beneficiados también de viajes -claro en avión-, todo pagado por el gobierno federal o por los estatales, incluso hasta por los municipales a lugares turísticos del país. Incluía a la familia. Era sabido que esos reporteros recogían en secreto sus sobres amarillos.
Esa relación convenenciera obligaba a medios y reporteros a tratar bien al “señor presidente”. Quien se atrevía a incomodarlo con una pregunta “indebida” -cuando llegaba a haber alguna “conferencia de prensa”-, desde Los Pinos se llamaba al medio para que el reportero fuera echado de la fuente. Eso le sucedió a David Romero Cyde (qepd), reportero de Ovaciones, cuando en una gira por Chihuahua enojó a Ernesto Zedillo por hacerle una pregunta que lo enojó.
A mí me pasó por algo similar. Siendo reportero de Notimex publiqué una declaración de Salinas frente a empresarios de Michoacán. En aquel encuentro en Los Pinos, Salinas acusó a Cuauhtémoc Cárdenas de ser quien estaba “desestabilizando a el estado”. Aquella nota valió que me quitaran de la fuente, y gracias a que la revista Proceso publicó lo que me había sucedido, y que la declaración sí la había hecho el presidente, me devolvieron a la fuente.
El director de Notimex, Rubén Álvarez me dijo: “… sólo un favor, no toques al presidente, al secretario de Gobernación y a las fuerzas armadas”.
Hoy, como nunca, se esculca y fiscaliza hasta por debajo de las piedras al presidente, a la secretaria de Gobernación, a las fuerzas armadas y a todo el gabinete.
Con Salinas y con Zedillo fueron contadas las “conferencias de prensa”; eran más bien encuentros arreglados de unos cuantos minutos; eran mensajes, y si acaso había preguntas, éstas eran “sembradas”. Los que preguntaban eran los reporteros “consentidos”.
Hoy las conferencias de prensa, las mañaneras del presidente, son un ejercicio inédito, que si bien no dudo debe haber preguntas a modo, es cierto también que muchos de las y los reporteros que inquieren temas escabrosos le son incómodos al presidente. Sin embargo, a pesar de esto, es común que se les dé el micrófono. Allí está la reportera Reyna Haydee Ramírez, o las dos claudias del diario Reforma, o Dalila Escobar de la revista Proceso; Jorge Chaparro de La Razón; lo mismo que Jorge Ramos de Univisión.
Ellas y otros reporteros y reporteras en diversas ocasiones han podido tocar temas que desde luego molestan a López Obrador, pero a pesar de esto han podido cuestionarlo en diversas ocasiones.
Ha habido algunos que han acusado “censura” por no permitirles, dicen, ingresar diario a Palacio Nacional a las “mañaneras”, pero también es cierto que estas mismas situaciones las han denunciado en la “mañanera” de cara a López Obrador. Situaciones que insisto, no hubieran ocurrido, ni pensarlo, con Salinas, ni con Zedillo, ni con Fox, tampoco con Calderón; menos con Peña Nieto.
Quien llegue a la Presidencia de le República tiene enfrente una ecuación muy difícil de resolver: ¿Desaparecer o no las “mañaneras”?; ¿hacerlas cada tres días?, ¿una vez a la semana? Tienen tiempo para pensarlo.
Es claro que este ejercicio enédito en el mundo ha permitido a muchos sectores sociales informarse de menra directa lo que la mayoría de los medios llegan a callar, a censurar o informan de manera sesgada. Las “mañaneras” han permitido desmentir a “analistas” y columnistas, que si bien tienen derecho a discentir, también es cierto que, de manera particular, en estos seis años se han dedicado a manipular información y a generar las llamadas “feke news”, en torno al presidente. Su guerra contra El Peje no cesó.
Durante estos seis años de gobierno, es claro que la relación más tirante que tuvo López Obrador, no fue con los empresarios, con quienes ha terminado bien; fue con los medios de comunicación y un grupo muy particular de periodistas “selectos”, que todo mundo sabe quiénes son y a qué me refiero.
Estoy convencido que en esta relación poder-prensa, López Obrador estiró demansiado la liga contra ese grupo de comunicadores y contra otros críticos “sanos”, incluso cercanos por convicción a su proyecto de gobierno, pero los metió de mal modo en el mismo costal. Es claro que a la mayoría de políticos la crítica, al menos, casi siempre les genera urticaria, y este caso no es la excepción.
Andrés Manuel López Obrador desde que salió de Tabasco enfrentó una campaña durísima en su contra, y ya en el poder, buscó “cobrárselas”, producto, supongo, de un resentimiento acumulado. Insisto, tiene el derecho de réplica, pero la confrontación fue lo que más lo animó, aunque creo se le pasó la mano.
En estos seis años, todos, absolutamente todos los medios, periodistas, analistas, ONG´S, escribieron lo que quisieron contra López Obrador, hasta el insulto, hasta el exceso. En cada hoja de periódico, en cada espacio de la radio y la televisión publicaron lo que quisieron para tratar de acabarlo. No pudieron.
Por ejemplo, es de risa leer, en mucha ocasiones, las denuncias de éstos: “Aquí no hay libertad de prensa”, seguido de un sinnúmero peroratas contra el gobierno. Entonces es válido preguntar: ¿cómo pueden afirmar que no hay libertad de prensa, cuando en sus espacios periodísticos a diario seguimos leyendo ataques al presidente y a su gobierno, como digo, hasta la ofensa y el insulto?
Qué bueno que quienes hoy se creen los “santones” del periodismo, así hubieran cuestionado y criticado a los gobiernos del PRI y del PAN: a Salinas, a Zedillo, a Peña; a Fox, a Calderón.
En estos 37 años de experiencia me permiten considerar que el presidente estiró demasiado la liga en su relación con los medios, los periodistas y los analistas, pero también tengo claro que enfrentó una guerra feroz, desde mucho antes de llegar a Palacio Nacional.
En estos seis años de su gobierno hemos vivido una verdadera libertad de prensa como tal vez nunca en la historia de nuestro país había ocurrido.
Que no le cuenten…
El Obispo Emérito de la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, quien presuntamente había sido secuestrado, resultó que no. Ingresó por voluntad propia a un hotel donde horas más tarde fue localizado inconsciente. Se le encontraron un par de pastillas de viagra y al interior de su cuerpo cocaína.
(Léalo con la tonadita esa que dice: “… no estaba muerto, andaba de parranda…”
“¡No estaba secuestrado, estaba de ganoso!; ¡no estaba desaparecido estaba de caliente!; ¡no estaba en misa andaba con el diablo!”