Jacobo Zabludovsky, en los últimos 30 años del siglo pasado, se convirtió en un ícono del periodismo del “Cuarto Poder” en México. Seguramente, aún está en el recuerdo de millones de mexicanos la imagen del comunicador con unos grandes audífonos de diadema, quien encabezó el noticiero 24 Horas de Televisa.
Durante cinco sexenios, desde Luis Echeverría hasta Ernesto Zedillo, Zabludovsky estuvo siempre cercano al poder. La población se informaba prácticamente sólo a través de él. Era el “boletinero” oficial; se afirmaba, y con mucha razón: “Jacobo, con sólo una mueca, hace un editorial”.
Calificaba o descalificaba según convenía al gobierno en turno. Era uno de los “soldados del PRI”, igual que su patrón, dueño de Telesistema Mexicano, después Televisa, Emilio Azcárraga Milmo.
Como él, muchos de quienes se convirtieron en sus “alumnos” hicieron un periodismo que ensalzaba a los gobiernos emanados del PRI, pero también del PAN. Eran convenientemente “apapachados” y bien recompensados.
Conductores de televisión, radio, columnistas, y desde luego caricaturistas, aplaudían los “resultados” y, desde sus tribunas, con comentarios y notas manipuladoras y/o falsas, mandaban al “paredón” a quien era un “peligro” para esos gobiernos. “Alquilaban” sus plumas para mandar mensajes de algún “amigo” político; promovían o defenestraban a quien su cliente les pedía: “Ahí, como cosa tuya”. Esta era la frase mágica.
Ellos, los todopoderosos, se convirtieron en personajes que lo sabían todo. “La verdad estaba de su lado”. Se presentaban ante la “opinión pública” como periodistas “prestigiados”; claro, sus “servicios” eran bien remunerados. Efectivamente, tenían un gran poder.
Esta prensa es heredera de aquella que aplaudía al gobierno de Porfirio Díaz; igual lo hacían los intelectuales de esos tiempos. Por eso, al llegar al poder el presidente Francisco I. Madero, se vio bombardeado por esos periodistas a través de editoriales, artículos de opinión, crónicas, caricaturas y reportajes, después de que el coahuilense “retiró del erario a los periodistas y dejó de subvencionar a los diarios” que habían sido apoyados por el régimen porfirista.
Más de 120 años después, vivimos una situación muy similar a la que existía en aquel momento. Aquellos grupos de periodistas e intelectuales que “crecieron a la sombra del porfiriato vieron desmoronarse un castillo pletórico de canonjías y privilegios”. (Jesús Méndez Reyes; “La prensa opositora al maderismo, trinchera de la reacción. El caso del periódico El Mañana”).
Andrés Manuel López Obrador les quitó los “apapachos” (decit Héctor Aguilar Camín); pero también exhibió su modus operandi. Mostró su radiografía: quiénes han sido, a quiénes han servido y para qué propósitos; no al periodismo, no a la verdad, no a la población, como pregonan.
La relación prensa-AMLO ha sido complicada, particularmente —igual que con Madero— cuando el tabasqueño les quitó privilegios, publicidad, exenciones, el “chayo”, pues.
Las conferencias de prensa, las “mañaneras”, se han caracterizado, según France 24, por la búsqueda de un modelo más abierto y próximo a la ciudadanía, en comparación con Enrique Peña Nieto, quien tuvo contadas comparecencias públicas con los medios.
Un asunto que no hay que perder de vista en esta relación es el hecho de que, durante más de 36 años, López Obrador enfrentó una durísima campaña de los medios, reporteros e intelectuales, orquestada desde los gobiernos priístas y panistas, pero también de la derecha empresarial.
Estoy convencido, y lo he dicho antes en este espacio, que el presidente “estiró demasiado” la liga en esta relación; buscó “cobrárselas”, producto, supongo, de un resentimiento acumulado. En estos seis años, ejerció su derecho de réplica, pero la confrontación fue lo que más lo animó. Aunque creo que se le pasó la mano cuando exhibió asuntos personales de aquellos.
El periodismo no sólo debe informar lo más cercano a la verdad; los periodistas tienen derecho a disentir, a criticar, pero no a manipular, no a “golpear” políticamente para favorecer a ciertos intereses.
Una cosa es cierta: muchos medios, periodistas, articulistas —cuyos nombres está de más mencionar aquí, pues son de sobra conocidos— han perdido su “credibilidad” y “prestigio”, o al menos están fuertemente deteriorados, no porque López Obrador los haya descalificado, sino por su historial. Porque, como arriba señalaba, la población tiene una mejor idea de quiénes han sido, a quiénes han servido y para qué propósitos; no al periodismo, no a la verdad, no a la población, como pregonan.
Sabemos quiénes son. Uno de ellos, “afamado” columnista, sin rubor alguno, se atrevió a afirmar: “la verdad ya es irrelevante”; y es que sí, por su propia pluma mueren.
Que no le cuenten…
Cuando se acordó crear el órgano de difusión del Partido Mexicano Socialista (PMS) allá por 1987, a Gerardo Unzueta (Director), un militante que venía del Partido Comunista Mexicano (PCM) y quien llegó a entrevistar al Che Guevara, propuso “La Imagen del Poder”. Cada semana, aparecía la fotografía de algún funcionario del salinismo que dejaba ver en sí misma ese poder descomunal de aquel gobierno del neoliberalismo “triunfante”.
La fotografía de Luis Castillo, del jueves en primera plana de La Jornada: “Claudio X. González rechazado”, no podrá ser “La Imagen del Poder”; es “La Imagen de la Derrota” de ese sistema político-económico.