Como Rocky Balboa en medio del cuadrilátero, Ricardo Monreal levantó los brazos hacia al cielo en señal de triunfo, de victoria; sonreía y miraba donde estaban los fotógrafos y camarógrafos para que lo retrataran, que lo video-grabaran para que ese momento quedara en la historia.
Horas antes había salido a defender lo que llamó “nuestro movimiento”, y habló a nombre de Morena: “rechazamos todo tipo de insinuaciones sobre presiones, amenazas, dinero, actos indebidos o ilegales. Sería una cobardía y una conducta antiética que no lo denuncien y que aquellos que recibieron esos ofrecimientos y dinero, no sean denunciados”.
Y es que la senadora panista Lilly Téllez había calificado a los morenistas de ser “hienas y perros” porque iban a votar a favor de la reforma constitucional para que el ejército realice labores de seguridad pública hasta 2028, pero además acusó a 9 priístas y a 2 perredistas de “traidores” porque, según ella, vendieron su voto.
Días antes, luego de que en la Cámara de Diputados había aprobado la iniciativa, en los pasillos del Senado en Insurgentes y Reforma, se pudo ver a “otro” Ricardo Monreal, muy distinto a aquel que en los últimos meses se había convertido en algo así como un rudo opositor del gobierno de la «4T», pero más, en contra del Presidente de la República.
En los medios de comunicación lo observaban como un antagonista del gobierno, como un posible candidato presidencial de la alianza “Va por México”. En estos días, después de la “victoria” monrealista, en la sede senatorial, muchos se han empezado a preguntar por qué el “extraño cambio”, por qué la metamorfosis del zacatecano.
Durante el debate, en un largo discurso, Monreal, con “toda contundencia” salió en defensa no sólo de las fuerzas armadas, también a favor del presidente: “Vamos a defender con toda firmeza la actitud del presidente López Obrador”, advirtió entusiasta.
Al Senado, durante varias semanas atrás, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, se hizo presente. Según algunas notas periodísticas, se reunió en diversos momentos con Monreal para preparar la estrategia que lograra que varios senadores opositores, particularmente del PRI, se sumara al voto de los morenistas y de sus aliados para que la minuta que había llegado de la Cámara de Diputados pudiera alcanzar el estatus de “mayoría calificada”, objetivo que se alcanzó.
Nadie le puede regatear a Monreal sus capacidades negociadoras. Había tenido triunfos importantes, desayunaba en Palacio Nacional con López Obrador, pero después vino el “rompimiento” por sus guiños a “Va por México”, y por apoyar a la candidata y luego ganadora de esa alianza en Cuauhtémoc, Sandra Cuevas.
En un encuentro con la bancada morenista y sus aliados en el Senado por la mañana del día de la aprobación de la iniciativa, López Hernández, lanzó una pulla a Monreal; se había disculpado por no haber podido asistir a la plenaria del grupo parlamentario. Explicó que se debía “a un mal entendido, a un berrinche, (y) que eso lo acostumbran los zacatecanos, los tabasqueños no”, acotó.
Aquel día las sonrisas florecieron, el buen humor destacó, los buenos oficios prevalecieron, y Monreal volvió a operar en favor del proyecto de la 4T, pero bajo la batuta del secretario de Gobernación. El zacatecano fue el instrumento para convencer a priístas y perredistas para que aprobaran el decreto que extiende las labores de seguridad de las fuerzas armadas hasta 2028.
Este martes, antes de la aprobación, en el equipo de Monreal existía la incertidumbre de cómo iban a votar particularmente los priístas. En las oficinas hacían sumas y restas; se preguntaban, quién de los que habían ofrecido su voto a la mera hora se podría echar para atrás, aunque había la convicción de que las negociaciones iban a tener buenos resultados.
Una senadora a mediante lenguaje del ring me describió a Ricardo Monreal: “siempre estuvo en la pelea, tiró golpes certeros, jabs, aunque no noqueó, que la reforma del presidente López Obrador ganó por decisión dividida”.
Otro me explicó: “Operó inteligentemente”, pero me aclaró: “quien estuvo detrás de esta vitoria fue Adán Augusto”, a quien el coordinador de Morena le informaba de las pretensiones de priístas y del exjefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera. “Con el secretario acordaba y recibía instrucciones”.
Adán Augusto, seguramente desde su oficina del Palacio de Covián, cuando la votación, cuando la secretaria del Senado cantó: “87 a favor, 40 en contra, ninguna abstención”, no levantó los brazos, pero pudo bien haber dicho en voz alta: “muy bien muchachito, muy bien”.
Desde luego, llama la atención el “cambio” de Monreal, y por eso cuando Joaquín López Dóriga entrevistó al secretario de Gobernación, y le preguntó si el distanciamiento entre el presidente y Monreal tenía remedio, y si él, Adán Augusto, iba a ser el amigo que los reconciliara, López Hernández consideró que ese desapego no era impedimento para que más adelante haya un reencuentro.
“El Ratón Macías”, aquel gran boxeador de Tepito, campeón mundial Gallo, fue un personaje ecuánime, inteligente, que aplaudía el trabajo de su entrenador, de su guía. Sabía reconocer: “Todo se lo debo a mi manager y a la virgencita de Guadalupe”.
Que no le cuenten…
En la vieja casona de Xicoténcatl, dos senadoras del PRI en la LIV legislatura (1988-1991) tenían una tarea muy peculiar, “golpetear” al senador del Frente Democrático Nacional (FDN), Porfirio Muñoz Ledo. Ellas eran la yucateca, Dulce María Sauri y la tamaulipeca, Laura Alicia Garza Galindo (qedp).
A pesar de que iban en calidad de “provocadoras”, el nivel era bastante “civilizado”, con descalificaciones políticas, pero nunca llegaban al insulto, a la humillación. Lilly Téllez, como aquellas dos senadoras, se encarga de hacerle el trabajo sucio o mejor dicho cochino a las senadoras del PAN. Sabe discriminar como muchos panistas.
La tribuna senatorial la ha convertido en un lugar de espectáculo donde ella se caracteriza por ser la “show woman”, que a decir de la analista política, Guadalupe Correa, la sonorense destaca por su “falta de respeto, de seriedad, por su mala fe, por mentir, por su saña, por su odio, por ofender, pero sobre todo por su escasa inteligencia”.
Conductora de medio pelo y apegada a los escándalos, la ahora senadora que hace malabares como buena trapecista, cuestiona todo y se arrepiente hasta de lo que hace.
Se toma fotos y luego reniega de las mismas… convoca grupos de los que luego se arrepiente (¿se acuerdan de Vox?), lo mismo de su vida política de la cual se ha expresado como “la peor porquería”, ahora la utiliza para atacar sin sentido.
Lilly Téllez ya no sabe ni lo que es… y en su afán de protagonismo sin rumbo, nunca brilló en la televisión, y es recordada sólo por un caso: el de la niña Paulette, y del ataque que sufrió en junio de 2000 en el que, en medio de una lluvia de balas, no recibió ni un rasguño.
Ahora, en medio de la polémica, busca posicionarse como toda una dictadora: (“¡sentado y callado Napoleón, y espere sus croquetas”!); “la mujer escándalo” que habla de todo sin decir nada. Sí, sólo porquería que destila a raudales.