Nosotros, los de este lado de la raya, nos negamos a redactar el testamento que, tan acuciosamente, solicitan todos quienes anhelan un respiro de irresponsable tranquilidad.
Mientras estemos vivos, hablaremos. Y muertos, también. No hemos nacido para morir. No hemos remado sobre arenas movedizas, ni hemos desintegrado nuestro ser. No hemos bebido la luna de Li Po en vano.
Somos los gestores y partícipes, los responsables de los actos y las palabras, de los sueños, de la actitud y el pensamiento, los proponentes y los jornaleros, los poetas que damos testimonio.
Espartaco, el primero de los Tzántzicos, nos enseñó a erguir la espalda adolorida de todos los esclavos y a luchar por la dignidad del hombre.
Nuestra misión en la tierra es crear, no sobrevivir. Nuestra tarea es transformar.
No hay una sola dimensión del ser. Se es un instante y también el resto de la piedra. Cada cual es su propia sombra.
Los hombres somos tercos, porque somos realidad.
Seguiremos cuestionando la eternidad de las esfinges, arrebatándoles su sacrosanta justificación de la propiedad privada que mantiene en las huachimanas a desposeídos y humillados.
La mañana es grande, más que la tarde, pero sólo la noche del creador recoge la dimensión del universo.
Muchos sentidos tiene la vida, algunos, como la memoria o la capacidad de valoración, son como los innominados cometas que, tras largas vueltas elípticas, retornan con sus colas maravillosamente iluminadas y nos sobrecogen de emoción desacostumbrada, sólo parecida a aquella primera vez que tomamos conciencia de la inmensidad del hombre, del futuro de la sociedad humana.
Asumimos el poder de lo irreverente, elemento vital de los poetas y los pueblos, sustancia de lo nuevo, manto protector contra las erosiones, fuente inagotable de potencia creadora.
No habrá jeques ni alfombrazgos si no hay poetas que se inclinen ante un rey de pacotilla.
Tras los diluvios y sismos, este otro tiempo. Tras una etapa de crisis, otra más general y profunda, y así en adelante porque los factores que la generan son los mismos. Pero, son los otros, los opresores, los que están en crisis. Los poetas y los pueblos la resolverán a su favor cuando asuman las riendas de sus destinos.
Este otro tiempo exige respuestas. Debemos dárselas. Unámonos. Siguen vigentes la palabra nueva, el hombre y el mundo nuevos.
27 de agosto de 1962,
Firman: Alfonso Murriagui, Teodoro Murillo,
Marco Muñoz, Ulises Estrella.
(Salón Máximo de la Facultad de Filosofía
de la Universidad Central)
Portada: óleo, acrílico, esmalte, espray fosforescente sobre papel sobre fibras plásticas, Diego Muñoz “Agua” 2014