Un político sin convicciones ni plataforma electoral definida pocas veces logrará que se le considere como una opción seria en una contienda para ser votado en las urnas.
El gobierno liderado por López Obrador se considera progresista y de izquierda. Sus contrapartes políticas han reconocido esta característica y creen que esta ideología fue fundamental para su elección democrática como presidente de la república. Además, al menos en sus discursos, han adoptado posturas similares a las propuestas promovidas por MORENA tanto en el poder legislativo como en el ejecutivo.
Los actuales aspirantes a la candidatura presidencial para las elecciones del próximo año buscan liderar el Frente Amplio y han adoptado posturas más radicales incluso que las del partido oficialista.
En la palestra, se ha escuchado al líder de la organización que representa la unidad de los tres partidos de oposición y que también actúa como vocero empresarial, Claudio X. González, afirmar que se identifica más con la ideología de izquierda que con la de derecha. Resulta risible que un empresario declare públicamente estar a favor de las mayorías, mientras en privado forme parte de empresas señaladas por buscar condonaciones fiscales, no cumplir con las prestaciones laborales de sus empleados y otras violaciones que están lejos de ser progresistas.
Pero el señor X. no es el motivo por el cual se redactan estas líneas desde el fondo del barril de lodo. Santiago Creel Miranda, presidente de la Cámara de Diputados, suspira por tercera vez a ser el contendiente. En fechas recientes, aseguró que es un panista de izquierda que siempre ha tenido una agenda progresista.
Esa contradicción es por sí misma una broma de mal gusto. Recordemos cuáles son los orígenes del PAN: viajemos a 1939 cuando fue fundado como una alternativa cristiana y opositora al poder posrevolucionario en México.
Si bien es cierto que no por eso se es de derecha, en las discusiones parlamentarias, el diputado Creel ha demostrado no ser progresista ni de izquierda. Baste recordar cómo se opone a las propuestas que el ejecutivo expresa como aquella de que los electores también elijan a los ministros de la Suprema Corte de Justicia mediante el voto. ¿A Santiago no le gusta la democracia?
Por otro lado, tenemos a Xóchitl Gálvez que ahora dice que es marxista trotskista. La senadora vio la oportunidad de subirse al tren del progreso y decidió asumirse feminista, de izquierda, indigenista y una representante digna de los movimientos progresistas.
Pero todo esto en el discurso. En los hechos, su actitud se presume oportunista. Aprovecha la coyuntura. Ahora que la ocasión lo amerita, elogia los programas gubernamentales que promueve el presidente, cuando su bancada en el legislativo votó en contra de elevar a rango constitucional aquellos apoyos a estudiantes y personas mayores.
Además, arrastra acusaciones de cuando fue jefa delegacional en Miguel Hidalgo por usar esquemas similares a los del Cartel Inmobiliario, entre otras denuncias que generan un gran revuelo y plantean serias dudas sobre su integridad y ética en su gestión como funcionaria pública.
Entonces, sí, los discursos progresistas sí ayudan, pero su efectividad se potencia cuando se acompañan de valores morales que respaldan las convicciones de quienes los defienden.
Por lo pronto, el Frente Amplio tiene un serio problema de identidad. Un conflicto que se acrecentará al no mostrar claramente una agenda o proyecto de nación. Esto, en última instancia, beneficiará al actual gobierno y allanará el camino para la continuidad del plan del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha logrado obtener el reconocimiento de la opinión pública como una buena decisión tomada en las urnas.