El debate (reciclado, hasta cierto punto, de EE. UU.) también ha sacudido a las redes sociales mexicanas… Resulta que en una película estadounidense dirigida al público infantil no sólo hay presupuesta una relación gay entre dos mujeres, sino que ambas personajes hasta se dan un beso breve en un contexto de alegría y unión.
Las posiciones encontradas han salido a relucir desde diversos ángulos, opacando toda la probable mediocridad de una trama prefigurada para convertir la nostalgia de una generación en millones de dólares. Pero dejemos por un momento aparte la valoración de la ficción como tal. Sea buena o mala, Disney (empresa casi centenaria de moldeamiento de patrones infantiles de deseo y consumo) ha terminado por jugar, tras filtraciones a la prensa sobre censura y probablemente largas y exhaustivas juntas de directivos, creativos LGBT+, accionistas, en los que se habrán expuesto los pros y los contras, la carta de la inclusión, ya no sólo en sus prácticas institucionales, sino en sus productos principales: en la “magia” de su ficción cinematográfica.
Han aparecido diversos tipos de objetores cuya opinión, en este mundo de la necesaria libertad de expresión, va desde la supuesta tolerancia hasta la indignación cavernaria. Los argumentos también son variados, pero, dejando aparte los abiertamente homofóbicos, sobresalen otros dos tipos, los religiosos y los relacionados con los derechos de los padres sobre la educación de sus hijos. Los religiosos, por supuesto, están basados en intuiciones personales de lo que una deidad pudo haber revelado y por eso se deben acatar. Claro que, por lo menos para el catolicismo, en la Biblia no hay nada muy específico, ningún mandato directo… Además, y es necesario subrayarlo, desde el papado de Karol Wojtyla hasta el actual de Jorge Bergoglio, se han dado ya los suficientes brincos teologales para considerar que los LGBTI+ también pueden aportar diezmos, digo, también son hijos de Dios y pueden ser orgullosos católicos, apostólicos y romanos, por lo que los practicantes en general de todos los países no tienen una figura que, desde el Vaticano, los respalde en el reclamo. “Anuncio parroquial”, se podría haber dicho desde el Vaticano, “es normal que existan homosexuales, por lo que es normal que sientan amor entre ellos, por lo que es normal que en una película futurista pueda existir (allá entre los personajes secundarios) una relación de dos mujeres que se aman y que se den un beso de cariño, como el que se da entre personas que sienten un vínculo único entre ellos”.
Visto el poco apoyo en contra de la homosexualidad por parte de la institución iglesia, y por ende, de la deidad, se recurre, pues, a la fragilidad e impresionabilidad de los niños como argumento. Se alude a la preparación del niño para recibir información de la que no tienen (suponen ciertos padres) ni la más remota idea. Aquí hay una base de coincidencia ideal entre opositores y propugnadores (y que, en la verdadera práctica, nos deja mucho que desear en ambos bandos) y se podría expresar más o menos así: que es responsabilidad de los padres proporcionar la educación moral y ética de los hijos, así como supervisar, en dicha etapa formativa, las fuentes culturales y sociales de donde obtienen su conocimiento del mundo, y siempre que sea necesario, guiar la reflexión sobre los contenidos.
La pregunta que divide esa utópica coincidencia es, en general, la siguiente: ¿está un niño de 3 a 13 años, preparado para recibir información sobre los tipos de relación de pareja que existen en el mundo, más allá de la que ha visto en su propio núcleo familiar?
La respuesta que dan quienes apoyan la normalización (y legalización) de las relaciones homosexuales, podría quedar así: “Por supuesto que sí. No sólo está preparado, sino que es su derecho humano estar informado de lo múltiple que es la realidad social en su entorno comunitario, nacional y global. Esta información, asimilada desde pequeño sin prejuicios, estereotipos o rechazos, sino con naturalidad, contribuye desde hoy a seguir cimentando en el espíritu infantil las valores morales de verdad, amor, tolerancia y solidaridad que, a futuro, contribuirá a un mejor desenvolvimiento en esta sociedad compleja, dinámica, cambiante y en emergencia ecológica, que requiere más la cooperación entre las personas que la segregación de minorías”.
En cuanto a que por su impresionabilidad pueden querer recrear conductas y acciones, se debe concordar que sí; entre sus dotes, el ser humano, no sólo en etapas tempranas, es un sujeto imitativo… Y un muy insignificante número de niños, casi una excepcionalidad entre los miles de millones, que ha tratado de ser Supermán desde su azotea, o Spiderman o Batman, nos recuerda que un largometraje de hora y media centrada en estos personajes puede llevar a identificarse a los pequeños con cualquiera de ellos. Sin embargo, más allá de un beso entre dos mujeres en una escena de medio segundo, siempre los impresionará más, y será lo que probablemente imiten, la repetitiva realidad de su entorno inmediato, es decir, el trato que se brindan entre sí padre y madre y el resto de las relaciones familiares y sociales cercanas; la interacción dentro su salón de clases; los juegos con otros niños y niñas; y, sí, en caso de que los infantes carezcan de la suficiente atención, el conjunto de todos los programas y videojuegos a los que se ve expuesto. Aunque esto último, según los estudios, no es tan probable.
Los niños habrían de estar enrolados en un muy inhumano experimento a La Naranja (Mecánica), con los ojos abiertos con tensores, frente a una pantalla en repetición incesantemente de ese beso, para que tal escena pudiera transformarlos a la larga en homosexuales (¡y eso quién sabe, porque hasta de lavados de cerebro, como el Síndrome de Estocolmo, se sale!).
Exageraciones aparte, lo cierto es que el enfado que los grupos objetores esgrimen, y la educación que proponen, no contribuyen al mejor entendimiento entre las personas, sino completamente a lo opuesto. Discriminar, estigmatizar y estereotipar, genera no sólo el aislamiento de seres humanos (que, conforme avance el ideal de EDUCACIÓN, quizá terminen siendo los propios discriminadores, al autoexcluirse de la realidad), sino que contribuye con su grano de arena retrógrado a ahondar la crisis de violencia global y, sobre todo, nacional, que va desde el agandalle escolar hasta los atroces crímenes de odio perpetrados por “gente normal y de buenos valores”.