La casa enferma
Los ecuatorianos son seres raros y únicos:
duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes,
viven pobres en medio de incomparables riquezas
y se alegran con música triste
Humboldt
De madrugada el frío me despierta, la casa esta inundada. Me doy cuenta porque quiero ir al baño y al bajar de la cama mi pie se acalambra como si se sumergiera en agua helada. Semidormido e incrédulo bajo el otro pie sintiendo el mismo escalofrío. Al abrir los ojos encuentro los zapatos flotando junto a una pequeña mesa, mientras macetas y muebles se mueven fantasmales en completa libertad. Me olvido de ir al baño y quedo atónito escuchando la lluvia, sumergido casi hasta las rodillas. Llego con dificultad a la sala empujando el agua mientras atravieso reflejos ondulantes. Sólo la cocina y el baño sobresalen como islas, porque están escaleras arriba. Vivo en el desnivel de una casa de tres pisos. Me detengo y observo que hay un completo desorden, vacío, tinieblas, y el Espíritu de Dios se mueve sobre las aguas. No hay nada que pueda hacer, son las tres de la mañana. Doy la vuelta hacia la habitación y vuelvo a una cama que se mece. Me quito la ropa mojada y desnudo, cierro los ojos.
Por la mañana, mientras intento sacar el agua, enciendo la radio. Sintonizo una estación donde suelen dar noticias, espero escuchar alguna emergencia sobre la inundación; absolutamente nada, pero además me doy cuenta de pronto que las noticias no son actuales, sino de hace años. Me causa bastante extrañeza escuchar noticias del pasado mientras saco cubeta tras cubeta de agua, y siento de pronto que en eso puede terminar convirtiéndose la vida. Sacar a cubetadas lo que nos inunda, a fin de no quedar sumergidos en el pasado. Pero el agua se resiste, el drenaje de fuera de casa se satura de pronto y baja muy lentamente. Sé que el agua tiene memoria, así que me, mejor, me dispongo a escucharla.
Las casas se construyen no sólo con materiales y cosas materiales, más aún se construyen también con inmateriales: las emociones, los recuerdos, los sueños, el pasado. Quizá esto último podría ser lo que sostiene más un hogar, las experiencias ahí vividas. En Quito quizá por eso las casas estén construidas de maneras tan caprichosas. Me parece tan desconcertante la arquitectura ecuatoriana, pero es entonces, a fin de cuentas, la huella de todas esas contradicciones del pasado en un país que se resiste al presente y rechaza el futuro.
Por ejemplo, siento que mi casa simbólicamente es una mujer, con dos hijas, las tres con enormes pesos. Son tres pisos y un desnivel así que ellas están sobre mí. Debo decir que de pronto mientras saco el agua, siento que también es llanto, emociones calladas y abandono. Estoy ante mujeres que se desbordan conmigo sin dar ni pedir explicaciones con su llanto, que dice más que las palabras. Aunque por dentro este todo inundado, por fuera, como el jardín, ellas aparentan estar de pie en perfectas condiciones, pero están sumergidas en el pasado, sin saberlo.
Son tres pisos abandonados, tres mujeres espectrales. Quizá hasta se alegren de su tristeza, pues son ecuatorianas. Con ropa en los armarios, las camas tendidas, platos en la cocina y el refrigerador conectado, desde hace más de diez años, pero en un hogar vacío.
Ernesto Zavala
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Ernesto Zavala
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