Ser hombre cuesta mucho. Y yo soy muy hombre, y mi palabra vale.
Alejo Garza Tamez (1933-2010)
Para algunos, las palabras de don Alejo parecen las reminiscencias de un mundo extinto, de un pasado remoto del que las generaciones presentes creemos saber algo, pero nuestras acciones nos delatan: la gran mayoría de los mexicanos no tiene ni un ápice de dignidad… mucho menos la gente del crimen organizado.
Son tiempos violentos, pero vaya, cualquier lector mediano sabe que el pasado es sangriento y que las guerras, los avances tecnológicos y los descubrimientos científicos marcan la pauta en cuanto nuestro avance o retroceso como especie. Y a pesar de que el progreso parece ser continuo, la realidad es que el conflicto y la diferencia siguen marcando las actividades de la agenda mundial, incluso cuando los chinos se congratulan por crear la primera bomba ecológica del mundo (según cita The Urasian Times, científicos chinos han logrado dar forma a una bomba de hidrógeno no nuclear [1]), como si la masacre, el asesinato, se pudiera humanizar; pero el capital nos muestra que de menos sí se puede maquillar, incluso elevarlo al tamaño de espectáculo detergente, porque claro… aquí en México sólo mueren violentamente los “malos”, “los que se lo buscaron porque andaban en pasos equivocados”, los hijos del narco y del crimen organizado, las victimas sistémicas de un proyecto de gobierno fallido desde sus cimientos, sumidos en una guerra intestinal que nos desbasta como sociedad y país, mientras allá fuera los conflictos bélicos que se libran han de definir la supremacía de un proyecto económico que implica nuevos senderos (la nueva ruta de la seda impulsada por China, por poner un ejemplo), la supremacía espacial que contiene la colonización o materialización de complejos extraterrestres habitables, sin olvidarnos de la inteligencia artificial y la supremacía armamentista devenida en la energía nuclear y las nuevas tecnologías (los drones, por ejemplo, han sido determinantes en las recientes tácticas militares). Claro, no porque los objetivos tengan un nivel que abarca a toda la humanidad justifica el derramamiento de sangre, sin embargo, internacionalmente la guerra es una actividad “regulada” que opera en discrepancias irreconciliables que generalmente tienen que ver con diferencias ideológicas, económicas y de fe, así como heridas abiertas del pasado que propician un interminable círculo de venganzas.
En contraste, los orígenes de la brutal violencia en México son netamente básicos, absurdos, pues independientemente de la organización criminal a la que se pertenezca, el fin es el mismo: el despojo, el dinero fácil a través de la ley del mínimo esfuerzo, la vil promesa de una vida colmada de placeres y consumo que pueda cambiar un pasado lleno de miseria, profundamente ignorantes, pero sobre todo dolidos, deshumanizados, rotos al punto del salvajismo, sin ningún concepto honorable o positivo de la vida más allá de la satisfacción de sus vicios y necesidades rudimentarias como sexar, tragar, tener lo que nunca tuvieron de niños y así salir de sus focos de miseria. Al respecto, el libro Niños en el crimen[2], de Julio Scherer García, es un documento testimonial que explica el círculo vicioso que representa la repetición de patrones violentos y negativos, traumáticos, generados en la infancia y la adolescencia. Entre los numerosos casos que documentó el periodista y escritor, resalta un caso que gozó de infame notoriedad, allá en el 2010 cuando fue aprendido un joven de catorce años que resultó ser un confeso homicida, experto en decapitaciones con segueta. Su caso, que inicia con una trágica y predecible vida de carencias y abusos múltiples de parte de sus padres, concluye con detalles del diagnóstico clínico criminológico como:
Es casi analfabeta […] queda clara la indiferencia del adolescente por el daño físico causado a otras personas, así como su crueldad, su afición por amenazar e intimidar, y su personalidad altamente criminógena […] clínicamente sano, carece de disposición para modificar sus valores y muestra un gran desinterés por los sentimientos ajenos, no se sujeta a reglas sociales, muestra descontento y agresividad, y manipula a los demás en su beneficio. (Scherer, pp. 14-16)
El retrato criminal del Ponchis es el reflejo de millones de mexicanos infantes y adolescentes que son sumados a las filas de un crimen organizado despatarrado, estúpidamente soberbio, ridículo y peligroso en su ignorancia, resentimiento y deshumanización, en fin, una caterva de trogloditas alejados de toda dignidad, carentes de todo signo de palabra.
Sin embargo, en este escenario de imbecilidad y muerte, hay espacio para los ejemplos de valor, coraje y determinación, que se producen como una respuesta de violencia legítima ante la extorsión y el saqueo.
Es el día 13 de noviembre de 2010, cuando Alejo Garza Tamez, empresario y agricultor, recibe un mensaje con la advertencia de abandonar su rancho en un plazo de 24 horas, firmado por Los Zetas, uno de los cárteles del crimen organizado que se dio a conocer por hacer de las ejecuciones y desmembramientos, un espectáculo shockeante de primera plana. Contrario a lo que el sentido común dicta, el hombre de 73 años –uno de los más hábiles cazadores de la zona–, se niega, da salida a sus trabajadores, con tretas despide a sus dos hijas y esposa, y dispone en solitario la defensa del Rancho San José. Las armas apostadas en recovecos y ventanas, las camionetas arribando a oscuras horas de la madrugada, el intercambio de plomo, cuatro zetas muertos y dos más heridos, humillados, la muerte de un cazador solitario, son valientes postales que no sólo pertenecen a la leyenda, también dan testimonio de un hombre que se suma a la figura de las madres buscadoras, de activistas como Javier Sicilia y líderes de autodefensas como José Manuel Mireles (†) e Hipólito Mora (†), hombres y mujeres –cada uno desde su línea de fuego– que decidieron ponerle un hasta aquí a la barbarie, el despojo, la extorsión, a la violencia en sus mecanismos más oscuros; y este breve texto no quiere sino hacer resonar esta indignación, esta postura necesaria contra todo lo que significan los actuales cárteles de las drogas y los grupos del crimen organizado: despojos de ser humano a los que nunca se podrá recordar como hombres de valía, de palabra. Sirva este texto como un recordatorio más de que en México “la vida no vale nada”, y esa… esa nuestra desgracia como pueblo, nuestra indefendible tara.
[1] “La nueva bomba de hidrógeno fabricada por China que puede destruir centrales eléctricas enemigas en dos segundos y calentar superficies al punto de derretirlas”, El Universo, 2 de julio, 2025. https://www.eluniverso.com/noticias/internacional/nueva-bomba-china-que-puede-destruir-centrales-electricas-enemigas-nota/
[2] Scherer, Julio, Niños en el crimen, Grijalbo, México, 2013.
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