Somos seres de familia. Nuestra cultura es de familia. Demasiada familia. Es precisamente la familia la que hace la tradición en nuestra cultura. De voz en voz, de cumpleaños en cumpleaños, de boda en boda, de lo que sea, la familia está siempre esperando durante el velorio. Si se cumple en el nacimiento, se cumple en el último suspiro.
Es el cierre del ciclo en el que estamos inmersos y para ello, tomamos de la naturaleza algo que lo haga significativo. Porque somos un país lleno de naturaleza y podemos darnos esa posibilidad: escoger la flor para nuestros muertos. Cempasúchil se dice. Cempoalxóchitl ¿así se debe escribir? Flor de los veinte pétalos.
Flor amarilla como la luz. Flor llena de la luz solar. Flor flotando dentro del oscuro puente que va hacia el Mictlán y que alumbra a quien camina ya hacia ese lado. Flor de los pétalos brillantes. Flor que marca el rumbo correcto hacia el eterno descanso. Somos como las flores: con breve vida. Con intensidad en los colores de nuestros sentimientos. Con la sonrisa siempre hacia la vida. Con el eco de la Madre Tierra en cada uno de nuestros gestos. Flor originaria de estos suelos, como muchas otras flores, frutos, sabores, olores, líquidos y demás. Flor con un perfume exacto para atrapar la esencia de la vida y extenderla, con dolor, hacia la muerte.
Flor que canta cada una de las dichas de los muertos. Flor que se escurre entre los pechos de los dolientes. Flor que se acaba pronto como se acaba nuestra vida. Flor que es como nuestra piel, que nace debajo de nuestras uñas, que duerme dentro de nuestras pesadillas llenas de copal, llenas de lágrimas, llenas de ausencia. Porque la muerte es eso: ausencia. Flor que nos llena de nostalgia.
Que nos llena de comida, de bebida, de coraje, de sonrisas, de gritos, de palabras bonitas, de baraja, de dominó, de lotería, de escaleras para subir al cielo, de guitarras, de caricias, de amaneceres, de meriendas, de caballos, de sarapes, de tehuanas, de guayaberas, de cotoneras, de coyotas, de chilorio, de machaca, de cecina, de camarones, de pescado, de frijoles con epazote, de pozole, de tortillas, de chapulines, de gusanos, de hormigas, de tlacoyos, de tamales, de guajolote, de tlayudas, de huauzontles, de mole, de chicharrón, de cochinita pibil, de chiles de todos los colores y picores, de nubes, de sol, de ríos, de lluvias, de vientos, de caricias, de besos, de estar un rato bien y otro mal, de saber a qué hora están listos los buenos modales.
Así es, nada de malos modos porque yo nací para que se me respete. Y ahora en estas flores amarillas, de muchos pétalos y muchas lágrimas por ti, está tu respeto. Flor del mezcal. Flor del pulque. Flor del tepache. Flor del atole. Flor del xocoatl. Flor de tus labios que ya son nada más una pura caricia nostálgica. Por eso, en este ramo, aquí en tu tumba, muertito mío, cada pétalo es apenas la suavidad de mis dedos sobre tus ojos para que veas la luz y no te pierdas en la oscuridad. Mis dedos, que son veinte te abren el camino para que descanses bien otro año, mientras te alcanzo y llevo el ramo de cempoalxochitl para que descansemos en paz para siempre.
Rezo por ti. La tierra nos regala las flores. Nos regala la vida. Nos regala los sueños nocturnos o eternos. Cempoalxóchitl, nuestra memoria, nuestra flor para nuestros muertos.
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