En mis recuerdos pre-pandémicos, la calle de Donceles alberga, cuando menos, una veintena de laberínticas librerías en cuyo interior se encuentran algunos de los más raros libros que he adquirido en mi vida. Podrán haber pasado los años, pero mi método de selección de ejemplares sigue siendo el mismo: leer la contraportada, ubicar algún dato que me sea significativo —el nombre del prologuista, de aquellos que han hecho crítica del libro, o bien, la aparición de nombres de escritores que he leído con anterioridad referidos en el texto de contraportada—, checar el precio y proceder a pagar si considero que el costo del libro es justo, o bien, me favorece como comprador.
Fue precisamente en uno de aquellos escapes a Donceles cuando conocí la obra se Severino Salazar (1947-2005), escritor mexicano nacido en Zacatecas, pero que vivió gran parte de su vida en la Ciudad de México. Sus estudios y pasión por la literatura llevaron al autor a transformarse en catedrático de la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universidad Nacional Autónoma de México, y su obra gozó de un moderado reconocimiento, llegando a ser publicada dentro de sellos editoriales tan internacionales como Plaza y Janés y Debolsillo. La primera novela que conocí de Severino fue, precisamente, aquella con la que había ganado el prestigioso —cuando menos para aquella época— premio de novela Juan Rulfo: Donde deben estar las catedrales. Ahora mismo no hablaré de aquella novela (no es el momento), sólo diré que aquél primer encuentro fue “mágico” por la compleja empresa que dilucidé nomás terminar su lectura: Salazar tenía la pretensión de crear y recrear a Zacatecas en su libro (y, como atestiguaría con posteriores lecturas, no sólo en ése, sino en prácticamente la totalidad de su obra). Y así, leyendo aquella primera novela, fue que se configuró una obsesión en mi mente: leer todo cuanto el escritor hubiera publicado. Sin embargo, aquella actividad no sería fácil de hacer realidad; la obra de Salazar yacía dispersa en diferentes editoriales, en ediciones para entonces ya descontinuadas, convirtiendo su búsqueda en un martirio donde la suerte era un factor clave para poder conseguir los títulos, ahora sí, al precio que fuera.
Usted, querido lector, seguramente ha saboreado alguna vez esa derrota prescrita que no le deja en paz e incluso le quita el sueño; tal vez no conducida por un escritor o la búsqueda de un libro, sino por algo que considere le obsesione a usted y sólo a usted. ¿Recuerda cómo se siente? Lo sé, la sensación no es para nada grata. Yo le diré qué es: una nostalgia por algo que no ha tenido, pero que sabe de antemano perdido.
Es una fortuna que, cada cierto tiempo, algún editor con más interés en sus gustos personales que en el dinero comande un proyecto de recuperación del catálogo de un autor fallecido al que la suerte no le ha sonreído con todos sus dientes (si bien, claro está, no se le ha enterrado por completo en ese amplísimo cementerio que conforman los libros y escritores olvidados). Hace casi una década, Juan Pablos Editores puso al alcance de nuevo público la obra de Severino Salazar en una maravillosa biblioteca de autor, incluyendo una novela inédita; a aquel proyecto complementan una recuperación de sus cuentos en breves libros editados por la UAM Azcapotzalco, además de un librillo de relatos de la colección Material de lectura editado por la UNAM. Finalmente, Marari ediciones, una pequeña editorial independiente, ha recuperado (hace apenas un par de años atrás, en 2021) uno de los cuentos que mejor resumen la narrativa y el cosmos zacatecano creado por Salazar.
Tepetongo en la azotea es un relato que conjuga todos y cada uno de los temas y obsesiones que rodean la obra de Severino Salazar: Zacatecas como punto de partida, la ciudad como escenografía, la confrontación con lo desconocido, un lenguaje coloquial que se cuela en una prosa que es honesta, sencilla y poética al mismo tiempo (la combinación de los tres tópicos es un enorme logro del escritor). La edición de Marari incluye, además, ilustraciones realizadas por el artista David Lara, quien ya con anterioridad ha colaborado con su trabajo para algunos títulos del Fondo de Cultura Económica; de hecho, el formato del libro recuerda bastante al de los Vientos del pueblo que el Fondo edita actualmente, y de los que pueden leer un poco más aquí.
Ya por último le digo, estimado lector: si como yo un día llega a cruzarse con la obra de Severino Salazar, no lo dude ni un segundo y adquiera aquella obra del autor que se le ponga enfrente; le prometo que valdrá cada peso que invierta y, con suerte, será atraído por esa nostalgia de encontrarse con la obra de un artesano de la narrativa que, cada cierto tiempo, nuevamente emerge de las sombras, resistiendo al olvido,