Elevo las cortinas, contemplo el día.
Al cielo cubren densas nubes grises.
Abajo ocurre la danza de los árboles.
Frente a mi ventanal se eleva un edificio.
En el último piso, con las patas aferradas al barandal del balcón, canta un pájaro.
En su pecho luce un sol de la mañana.
Canta y caga: esas son las actividades programadas para este día.
Porque la vida es sencilla.
“La vida es sencilla”, repito y me trago el antidepresivo.
Lo difícil es renunciar a los malos hábitos.