La noche era helada, las nubes corrían reflejando su sombra en el piso por la intensa luz que proyectaba la luna, parecía como si alguien encendiera y apagara las luces de un gran cuarto a placer. A lo lejos, grandes árboles rodeaban el bosque, en ocasiones parecía que la fogata que habían logrado encender y mantener al centro del grupo se iba a consumir, sin embargo los embates del viento sólo conseguían avivarla aún más.
Aunque inicialmente tenían la intención de ser más de quince, al final sólo ocho fueron los amigos que se lograron poner de acuerdo para su gran aventura; los hermanos Leonardo y Diego como casi en todas las peripecias lideraban el grupo y fueron los encargados de combustible y casas de campaña; Juan y Claudia, hermanos también, decidieron poner la camioneta propiedad de su padre para el traslado de todo el grupo y los artículos necesarios; Alejandro, Jair, Mariela y Clemente se repartieron la comida, trastos, artículos de limpieza y botiquín para hacer su campamento planeado desde hace tiempo, lo más seguro posible. El grupo de amigos se caracterizaba por ser aventurero y curioso, en ocasiones pecando de inconciencia, sin embargo aquella noche habían logrado llegar a una de las partes más altas del cerro del Ajusco con la intención de pasar una lunada contando historias de terror a la luz de la gran fogata.
Siendo las 2:53 de la mañana el frío se sentía fuertemente, aunque el aire que cubría y destapaba la luna con las nubes al fin se había calmado, también había dado paso a un aire gélido que se colaba incluso por las mantas térmicas que llevaban, Alejandro y Mariela habían preparado una rica cena de nopales y pechugas de pollo asadas, Clemente con gran ingenio colocó una olla de café que mantenía calientes a los comensales, Diego incitó al resto de los chicos a ir en busca de más leña. La comitiva constaba de Diego, Juan, Jair y Claudia.
Jair propuso separarse en grupos de dos con la consigna de no alejarse demasiado, el gran árbol al centro de dos estrechos caminos quedó como sitio de encuentro para cuando terminaran la búsqueda de leña e incorporarse al resto del grupo, Diego y Juan caminaron hacia la derecha mientras Jair y Claudia siguieron la vereda que se abría paso a la izquierda.
Claudia por delante y Jair siguiéndole de cerca caminaron no más de 5 minutos cuando ella se detuvo súbitamente haciendo la mano derecha hacia atrás deteniendo el paso de Jair sin necesidad de comunicarse, Jair notó que Claudia miraba algo fijamente mientras se inclinaba para ver un poco mejor aquello que captaba toda su atención. Observando sobre el hombro de Claudia notó una sombra que dibujaba un hombre en cuclillas, o bien una figura humanoide que parecía recoger o buscar algo del suelo afanosamente.
Antes de que Jair pudiese emitir alguna pregunta al ser que se encontraba casi a ras del suelo, se escuchó la voz de Diego a lo lejos indicándole que se encontraban ya en el árbol acordado para su regreso, esto les hizo pegar un respingo que retiró la mirada que ambos tenían en el ser que hace unos minutos se encontraba a escasos metros por el frente de ellos y que en un pestañeo ya no se encontraba más en el lugar, todo ocurrió tan rápido que el correr de su adrenalina no les dio paso más que a reír a carcajadas en el centro del bosque donde sólo se escuchaba el eco de sus risas.
El instante de relajación fue breve pues muy cerca del término de la risa de Claudia le continuó una risilla macabra, ronca y profunda con tono malicioso e intimidante, Claudia de un salto se aferró a Jair, juntos en un abraso tembloroso y esquizofrénico voltearon a todos lados buscando el origen de esa terrible sonido, escucharon ruido de ramas y hierbas; alguien o algo se aproximaba a gran velocidad hacia ellos y nuevamente la risa siniestra se volvía a escuchar muy cerca.
Corrieron todo lo que sus piernas les permitían mientras estallaban aullidos de coyotes y ruidos de todo tipo de animales la mayoría desconocidos, eso, en el supuesto de que fueran animales, o bien, de que siquiera existieran, se dirigieron hacia la fogata que a lo lejos alumbraba y que con la carrera se hacía más grande hasta que lo que parecía inalcanzable sucedió, encontrándose al fin junto al resto de sus compañeros que atónitos los observaban mientras trataban de recobrar el aliento para explicar lo que segundos antes habían escuchado, Juan y Diego ya se encontraban ahí con un nuevo amigo.
-¿Cómo rayos es que están aquí tan campantes, cuando quedamos de vernos en el árbol de las dos veredas? Preguntó Jair en tono de reproche a Diego y Juan quienes intercambiaron miradas traviesas.
-Relájate Jair, ya estamos todos aquí, además tenemos un invitado, muestra tus modales -respondió Juan en tono burlón.
-Chicos, miren les presento a Alan.- habló Diego al resto del grupo.
–Resulta que en la búsqueda de leña, misma que no encontrábamos por ningún lado, de repente volteando ahí estaba el buen Alan parado justo al lado de una pila de leños y troncos secos que muy amablemente se ofreció a ayudarnos a cargar.
Alan saludando al resto del grupo con voz grave (mucho más grave y profunda de lo que un chico de su aparente edad podía tener tener) y un fraternal “hola”, colocaba junto con Diego y Juan los leños en el suelo.
-Sólo quiero hacerles compañía un momento, el frío está pegando duro y un rato cerca de esta fogata me caerá bien, si están de acuerdo…-.
-Seguro amigo, adelante, siéntate. -Ofreció Clemente.
-¿Gustas un poco de café, cerveza, un cigarro?
-Gracias, sí, un cigarro me caería muy bien.
Alejandro sacó de su gruesa chamarra una cajetilla dejando al descubierto los cigarrillos para Alan quien con un pequeño trozo de madera de la fogata se dispuso a encenderlo.
De figura esbelta y tez morena, (sobresalía su estatura 1.80 u 85, pensó para sí Mariela), tenía modos agradables y educados vestía una chamarra de piel negra y unos jeans del mismo color, pareciera que en su compañía el tiempo no corría, su plática fluida y sustanciosa mantenía atentos a sus oyentes, la forma en que empleaba las manos para reforzar cada una de las situaciones que narraba eran casi hipnóticas, era joven y buen mozo, confesó dedicarse prácticamente a pedir aventones de aquí allá conociendo a decir de él, cientos de lugares y gente.
-Y, ¿de dónde eres Alan? -preguntó Mariela.
-No soy particularmente de ningún lugar.-respondió el chico nuevo al tiempo que exhalaba humo. -Yo siempre he dicho que el mundo entero es mi hogar, voy a donde me place, como lo que encuentro y duermo donde me da sueño.
-Con ese modo de llevar la vida imagino la cantidad de personas que has de conocer- preguntó Mariela con especial interés.
-He conocido miles de personas les acompaño en su diario viaje, es muy fácil que me dejen subir, generalmente cuando se encuentran al volante están absortos en sus pensamientos, sus sueños, preocupaciones o placeres, cuando menos lo notan ya se encuentran charlando conmigo, ellos necesitan hablar y a mí me gusta escucharlos, yo siempre estoy atento a lo que dicen, nunca sabes en que momento pueden necesitar de ti y eso es realmente conveniente, ya sabes lo que dicen por ahí, hay que estar al tanto de los que te necesiten, pero ahora cuéntenme chicos, ¿qué hacen ustedes en este sitio tan alejado y frío?
-Ya sabes cómo somos algunos en cuanto a las emociones fuertes y la aventura.-respondía Leonardo en un tono entusiasmado.
-Planeamos esta lunada hace tiempo con el fin de platicar algunas cosas de terror, pasar el rato y ya sabes, ver qué se nos aparece jeje. -cerró el comentario acompañado de una risa breve.
-Sí que lo sé, a veces también hace falta buscar algunas emociones fuera de rutina ¿no? a mí también me gusta caminar para ver que encuentro por ahí y mira qué curioso, me los encontré o ustedes a mí, en fin henos aquí con nuestro deseo concedido. –atendió Alan al tiempo que daba una buena bocanada al cigarro.
-Oye Alan. -preguntó Leonardo en un tono de real camaradería.
-Siendo un experto en esto del autoestop, ¿ya imagino la cantidad de accidentes que has presenciado eh amigo?
-Así es amigo, he visto miles de accidentes, en ocasiones he brindado total ayuda en otras me han ganado, pero suelo estar ahí observando, es curioso porque ¿sabes?, cuando la gente se encuentra en una situación tan caótica como un accidente o alguna situación de vida o muerte ponen especial atención en todo lo que se encuentra a su alrededor y se convencen de que todo lo que ven es real, el aprecio por la vida les hace reconocer las miradas que siempre les persiguen pero que ellos difícilmente notan, he venido a este sitio no sé qué cantidad de veces, ya ni siquiera recuerdo, ustedes no son los primeros en venir aquí en busca de historias o leyenda, alguna aparición y demás, lo cierto es que yo siempre me he sentido como en casa, se los dije hace un momento, cuando eres parte de todo, todo es parte de ti, lo bueno y lo malo en realidad creo no existen como nos lo han enseñado por décadas, todo es una percepción muy personal, a mí por ejemplo, me gusta caminar a la orilla de las carreteras y esperar, esperar quien, si se puede decir así, “prácticamente me busca”.
Todos alrededor incluyendo el narrador se unieron en una risotada comunal, les caía en gracia que de alguna manera lo expresado por Alan era cierto y el sentimiento de manejar vagando por la carretera con todos los pensamientos a flor de piel era un sentimiento unánime, ¿Quién no se ha quedado meditabundo mientras conduce y centra su mirada en la carretera? ¿Quién no da rienda suelta a sus ideas más enterradas o como dicen los jóvenes, los pensamientos más pendejos mientras conducimos en la oscuridad?
Hablaron por largo rato de civilizaciones, leyendas, aventuras de toda índole, emotivas, graciosas espeluznantes, hasta que en un momento sin más ni más Alan se levantó y en tono de quien inicia una despedida citó para el grupo.
-He pasado un rato más que agradable con ustedes chicos, sin embargo ya es hora de retirarme, el tiempo apremia y yo tengo que seguir mi eterno andar, sigan disfrutando no me despido ya que, les prometo, nos veremos en algún momento nuevamente, hasta entonces manténganse así de unidos, les hará bien.
Dicho esto dio una gran bocanada a su cigarro. -¡un momento! -pensó Juan. -¡su cigarro es el mismo! no pidió más que ese cigarro y continúa con él, la fogata tiene una gran intensidad, pero… nadie le echo leña…- la mente del chico comenzó a ser una cascada de conjeturas y miedos.
Mientras Juan se encontraba inmerso en sus pensamientos el resto del grupo se despidió de Alan. Diego también notó que pese a que habían hablado por horas el cigarro continuaba intacto, incandescente y de éste Alan seguía fumando, observó la hora en su reloj que marcaba las 3:03, imposible, antes de ir por la leña faltaban escasos 7 minutos para las tres de la mañana, platicaron mil cosas, tomaron café cerveza, encontraron a Alan junto a la leña…
Clavó la mirada en Alan quien lentamente giraba para tomar camino y adentrarse nuevamente a la oscuridad de la cual había emergido, antes de girar por completo el cuerpo, pudo conectar su mirada con la de Juan que a su vez notó una sonrisa cómplice, traviesa, lúgubre; Juan sabía muy bien que el visitante adivinaba lo que corría por su cabeza, al dar la espalda completa al grupo, una cola con un tipo de triángulo al final se meneaba del pantalón de ese misterioso chico que tan agradable rato les hizo pasar, se meneaba como despidiéndose, mientras avanzaba, el grupo se percató de lo que hasta entonces su vista no había captado, los pasos al caminar y despegarse de la maleza crecida dejaban ver un par de pezuñas negras y toscas como las de la bestia más imponente dejando atónitos y con un escalofrío total a los amigos que tuvieron la “fortuna” de gozar tan grata compañía y les había dejado la certeza de volverse a encontrar.