“Es importante tener un cómplice. No es indispensable, pero parece buena idea contar con alguien que también provenga de aquel lugar (…) salir adelante sin un compañero no es imposible. Únicamente es más difícil (…) Un esposo puede ser un buen cómplice. Un hijo también llega a serlo. Al perro le hace falta el don de la palabra. Pero el papel de cómplice primordial está reservado para el hermano, único testigo verdadero de la masacre”.
Más o menos así arranca “Entre los rotos” de la muy joven, jovencísima Alaíde Ventura[1]… especialmente porque su narrativa tan precisa y magnífica pareciera pertenecer a alguien con “muchas más horas de vuelo”.
Alguien me recomendó este libro… ¿o buscando novedades lo encontré? Puede ser una o la otra …, no lo recuerdo… sé que el que cayera en mis manos fue un tanto fortuito. Sin embargo, puedo decir sin lugar a dudas que es un libro que no deja de sorprender: en forma y fondo. Un libro pequeño -170 páginas aproximadamente- pero con el poder de removerlo todo, de esos que sacuden el alma y te deja la piel de gallina. Un libro al que no le falta ni le sobra una sola letra.
La historia está contada en primera persona por la hermana mayor. El relato comienza a partir de una serie de fotografías tomadas por Julián, su hermano menor en muy distintos momentos de su historia en común… ¿Por qué fotografiamos lo que fotografiamos?… Ahora en la vida digital… sacamos “x” versiones de una misma foto… momentos instagrameables, ¿cuántas veces vivimos más pendientes de obtener la foto perfecta que de vivir lo que está sucediendo “en tiempo real”?
Eso es ahora…, antes en tiempos de la fotografía análoga… cuando el rollo te permitía tomar a lo mucho 36 o creo que hasta 42 fotos… cada click tenía que valer la pena… o por lo menos buscar que la tuviera. ¿Qué se fotografiaba entonces? También una imagen de un momento feliz para poder regresar a ella cuantas veces se desease y recordarnos a nosotros mismos lo felices que hemos sido. Una forma de atesorar un recuerdo de una manera material
Sin embargo, las fotografías de Julián, no retratan momentos precisamente felices… algunas tienen un destello de lo que pudo ser feliz pero no lo fue, la infancia de los hermanos se desarrolló lejos de los colores brillantes y vistosos con los que muchos asociamos ese periodo de nuestras vidas. ¿Por qué esas fotos y no otras? ¿Pudiera ser que esas fotos – o las nuestras también- buscan en el fondo reconstruir una historia?
De ahí parte la autora. De ese encontrar ese montón de fotografías en distintos momentos y lugares, que plasman a diversas personas… describiéndolas una a una y a manera de rompecabezas comienza a armar su propia historia, la de aquella primera patria (la familia) es más bien sombría con uno que otro detalle de luz.
Sentirse excluida. Sentirse fuera. Ajena. Sin tribu. Sin patria. Sin esa primera patria. Esa sensación de orfandad aún sin serlo de facto, y tal vez por ello aún más dolorosa. ¿Por qué quien más se supone que nos ama o debiera amarnos es quien más daño nos hace?
Entre los rotos es una historia de un profundo amor, a la familia, al origen y particularmente el amor fraterno. Pero también y particularmente es un relato de desamor, de rechazo y sobre todo de violencia. Y de todo eso que inventamos para sobrevivir a ello, o por lo menos resistirlo.
“Entre los rotos nos reconocemos fácilmente. Nos atraemos y repelemos en igual medida. Conformamos un gremio triste y derrotado. Somos la aldea que se fundó junto al volcán, la ciudad que se alzó sobre terreno inestable.”
Ambos hermanos, lo mismo que su madre, viven en constante sigilo frente al abuso y la violencia doméstica. Así crecieron y así lo han normalizado… por usar una palabra de mucha actualidad… cuando en realidad no hay nada de normal en la forma en que enfrentaron esa violencia e intentaron salir avante… crearon mecanismos para subsistir… para arrastrar la existencia de un modo o de otro. Insisto: no hay nada de normal ahí… y a través del relato pareciera que la narradora se va dando cuenta de ello: no, nada por lo que ha tenido que atravesar fue normal, deseable o justificable.
Parte de lo perturbador de su historia es que solo ahora, haciendo el recuento de los hechos pasados, cobra conciencia del infierno que han vivido desde muy corta edad.
Mientras Julián construye un refugio en el silencio… se amuralla y se apertrecha (¿no es el silencio también una forma de violencia?) La hermana se siente doblemente traicionada… sin tribu… no pertenece a ese vínculo originario donde si habita Julián y su madre… y por mucho que la abuela intenta fungir de amalgama -brindando algunos de los elementos que entrañan un hogar: cariño, cuidado, charla…- la narradora sigue siendo una pieza accesoria, una extranjera, una visita en su propia casa.
Una forma de doble condena… esa exclusión la hace presa fácil: busca la aprobación del padre violento y abusivo, por más imposible que resulte el contar con ella, incluso poniéndose así en una situación de mayor vulnerabilidad. Tanto necesita sentirse parte de algo… tanto necesita sentirse amada, aunque sea por parte de su propio abusador y el verdadero germen de una familia fallida.
Y si Julián se refugia en el silencio y en una existencia fantasmal, ella busca sus propios mecanismos para sobrevivir de una forma o de otra… siendo estos no menos dañinos que el silencio, justificándolo todo incluso su propia existencia tomando el rol de hermana cuidadora… pero ¿cómo se cuida a quien no quiere ser cuidado?
Ella afirma ser mentirosa. Inventarse historias. Armarse como un personaje. ¿No todos hacemos un poco eso, interpretamos un rol? ¿Seremos tan buenos actores? Además, hemos de considerar que interpretamos distintos roles a la vez en diversos escenarios. ¿No nos confundimos al cambiar o actuar en varios a la vez?
Entre los rotos es un libro corto, con una prosa realmente maravillosa, un uso del lenguaje pulcro y justo que a la vez lo resignifica. Utiliza dos herramientas que a mí en lo personal me encantan: el uso de listas…. A manera de resumen, pero también como flechas cargadas, los significados y entendimientos de las palabras…
A pesar de ser un libro corto, necesité varias pausas, para digerirlo. Es como una de esas olas enormes en el mar, que si no tienes cuidado, te arrastra dentro sin haber tenido casi tiempo de darte cuenta. Pero es ante todo, un libro imperdible.
[1] (Xalapa, 1985) Premio Mauricio Achar 2019