Quisiera amar
a todas las mujeres del mundo,
y ser también una mujer
sólo una vez.
Yevgeny Yevtushenko
Recibí un mensaje de WhatsApp con la invitación a formar parte de un Círculo de mujeres y disidencias canábicas. La cita era en un centro cultural independiente cerca de la Universidad Católica, aquí en mi bello Quito, Ecuador —Centro de la Tierra— donde faltan dos semanas para la Marcha del Orgullo 2024. Acepté con gratitud. Tuve una adolescencia melancólica en México, y ahora que estoy en Ecuador, me encuentro en otra nación con roles de género muy similares, para bien y para mal. Patrones. Quizá por ello, desde hace años, me interesan el feminismo y algunas disidencias. Pero me he acercado a ellos principalmente como artista e intelectual, tras esos personajes. Formar parte de este Círculo es algo diferente, porque no se trata tanto de entender, sino de formar parte de. Un encuentro directo con la energía femenina.
Somos nueve chicas y yo. Con sonrisas, miradas y murmullos, nuestro círculo se va formando. Nos sentamos en el piso frente al delicado fuego iniciático de una vela. Hay aromáticas orgánicas en botellas recicladas con mandalas de pétalos dispuestos a su alrededor. Estamos en la Casa Ochún, un lugar cerca de la zona universitaria de Quito donde se difunde la cultura afroecuatoriana mediante tratamientos medicinales con herbolaria, además de la venta de ropa tradicional, como los tan coloridos turbantes de la provincia de Esmeraldas. Y principalmente, ofrecen talleres de Mapalé, un baile tradicional de pescadores.
Una amiga activista, que se dedica a compartir esos círculos y talleres comunitarios en diferentes provincias del Ecuador y que hoy está en Quito, nos hizo la invitación. Es apoyada por algunas de sus amigas que van vestidas de forma intrigante. Ellas son las bailarinas que nos reciben en su estudio. Así comenzamos un viaje del mundo físico hacia el astral, recibidas por bailarinas de Mapalé.
Este es un círculo sin humo. Además, el propósito al que nos convocó la planta, por ahora, es otro. Mediante la conexión con el reino vegetal, también nos podemos conectar con lo astral. Es otra forma de apreciar las raíces: pensemos simplemente en los ciclos de siembra y su relación con lo astral para poder conocer la forma de cuidado y los tiempos de cosecha. Mediante las plantas, conseguimos una activación más fácil de la energía femenina.
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Como preámbulo, nos dan a cada una una ramita de Ruda. Las bailarinas nos muestran cómo hacer con ella una limpieza energética. Vamos sacudiendo la planta por todo nuestro cuerpo. Nos limpiamos del ruido del inconsciente propio y colectivo que llevamos cada una. No se trata de limpiar la casa o lavar la ropa. Es algo cósmico, energético. Se trata de empezar a “elevar nuestra propia frecuencia”, trabajando, limpiando, soltando emociones y recuerdos. Se trata de aprender a ser cada vez más consciente de todo lo que ocurre en el pedacito de universo que nos toca cuidar y mejorar: nuestro propio Ser. Y cualquier otra cosa queda fuera del Círculo.
Hacemos silencio. Cerramos los ojos y en posición de flor de loto, comenzamos la meditación guiada. La consciencia empieza a despertar. Es como la sensación de un hilo dorado que nos conecta desde el Chakra Raíz con el universo. Ese “hilo” no se puede romper. Nos lleva desde ahí donde estamos hasta los planetas, que también tienen sus propios hilos dorados, acercándonos hacia la fuente. Dios. En un lugar diminuto del Centro de la Tierra, hay diez flores de loto conectadas mediante raíces conscientes con La Fuente cósmica. Tengo una suerte de sensación; percibo mi cuerpo astral en este instante… Bueno, en total.
Cuando la voz de nuestra guía nos llama de vuelta, poco a poco abrimos los ojos. Y así comenzamos a compartir nuestros propios enigmas cannábicos. Por ejemplo, una de las asistentes no ha tenido todavía ninguna experiencia de consumo. Irónicamente, es una de las bailarinas de Mapalé y su madre es quien hace medicina herbolaria. Sus amigas le han contado varias experiencias. Confiesa que tiene curiosidad, pero que tampoco tiene ninguna prisa por hacerlo. Otras dos chicas hablan, en cambio, de que quieren moderar más su consumo, volverlo intencionado, consciente, en busca de paz. Una de ellas habla de sus experiencias fallidas de cultivo. Otra chica cuenta de la planta que tuvo y que pudo crecer un poco más. Estamos literalmente en el terreno de la sanación.
Algunas de las chicas coinciden en que “los hombres” tienen una forma diferente de conectar con la planta, en la cual no se sienten identificadas. Pero otras, y yo, consideramos un gran acierto haber extendido la invitación a disidencias. Porque aprendemos así a sanar el cuerpo desde la propia energía femenina, independientemente de los géneros. No es necesario entonces ser mujer para estar en un círculo de mujeres, por la simple razón de que también es necesario para la mujer aprender a activar su propia energía femenina. Así que esta es una cita a ciegas para cada una consigo misma, que es libre de aceptar o rechazar.
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De pronto, me doy cuenta de que partes muy importantes de mi vida pasan sobre pistas de baile. Hasta hacía algún tiempo, me parecía imposible comunicar esas sensaciones, pero aquí y ahora me siento identificada con muchos de los pensamientos y hasta las expresiones. Es mi turno.
Me excuso un poco con el tímido traspié de que estoy ahí porque me gusta mucho cocinar, bailar y que he tomado cursos de danza árabe. O, por ejemplo, que durante las clases, nunca me molestó que las maestras nos llamaran “chicas”, “muchachas” o cualquier otra expresión de género femenino para referirse al grupo, pues muy rara vez hay hombres en esas clases. Pero honestamente, es un poco más que eso. Les cuento entonces que, por mensajes, me gusta escribirme con algunas como amigas y les digo “ese otro nombre” que a veces me gusta usar. Siento en mi corazón murmullos astrales. Una dice que Valdivia sería un muy lindo nombre si tuviera otra hija. Algunas otras sonríen. Les cuento un recuerdo súbito: el primer chico con el que estuve fue también con quien conocí el cannabis en la universidad. Nunca lo había pensado. Él estudiaba arte… hago silencio. Así llega el turno de la siguiente. La transmutación continúa como si estuviéramos contemplando diferentes fases de la luna.
Poco a poco, el círculo se va cerrando. Recogemos las ramas y los pétalos para sembrarlos, recogemos el fuego en nuestro corazón para llevarlo a casa. Algunas se despiden más apresuradamente; yo en cambio me quedo un rato más con mis nuevas amigas.
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La semana después de los misterios del círculo estuvo llena de emociones y sensaciones transformadoras que me hacían sentir muy presente esa energía femenina. Sé que puede parecer un poco ingenuo, pero no estoy exagerando. Las clases de baile que tuve después, por ejemplo, todas fueron “extrañas”, diría. Sentí todo el tiempo mucha vibración en el ambiente y mis movimientos eran mucho más fluidos y seguros. ¿Por qué? Y no sólo eso, las chicas de los diferentes gimnasios bailaban también diferente conmigo, había mayor coordinación. ¿Teníamos de alguna forma más energía femenina?
Al siguiente fin de semana, una de mis nuevas amigas y yo nos vimos para caminar un rato. Una chica que estaba por ahí hacía poses mientras se tomaba una selfie. Mientras platicábamos, una mariposa se posó en el pasto y me acerqué despacio extendiendo mi mano como suelo hacerlo. Voló a otro sitio ahí cerca, por lo que me acerqué y volví a intentarlo. Entonces la mariposa se quedó ahí quietita por un instante, pero luego, con confianza, comenzó, frente a la mirada incrédula de mi amiga, a subir a la palma de mi mano.