Diarios como The New York Times, Washington Post, Financial Times y muchos medios más como CNN, CBS, Fox News, han aprovechado su “prestigio”, para desde ahí descalificar a los gobiernos que le son incómodos, no sólo para la Casa Blanca, sino para una multitud de intereses económicos de las empresas de este país.
Son muchas las historias que se conocen que las administraciones estadunidense y organizaciones financiaron a periodistas gringos, por ejemplo, para crear un clima entre la sociedad a favor de la guerra en Vietnam, cuando el presidente era Lyndon Johnson, pero también para favorecer los golpes de Estado en varios países en América Latina.
Tan solo habrá que recordar el papel que jugó “El Mercurio”, periódico de la derecha chilena, que junto con otros medios financiados por la CIA, “se centraron en una campaña activa de oposición destinada a ganar de forma incontestable las elecciones al Congreso del 4 de marzo”, escribió el historiador Peter Kornbluh, en un fragmento del libro Pinochet desclasificado publicado por el medio digital Ciper.
Golpes de Estado en Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Chile, Nicaragua, Haití, Guatemala, República Dominicana, Panamá, Paraguay, Uruguay, Ecuador, Perú en el siglo pasado y en lo que va de este, han estado precedidos de la generación de notas periodísticas, reportajes con información falsa y artículos de opinión para crear un clima que justifique las acciones golpistas de los “gorilatos” y, desde luego, con la participación de los gobiernos de EU, sean demócratas o republicanos.
En septiembre 2006 Emilio Marín en “América Latina en Movimiento”, publicó que el gobierno de George Bush financiaba a la “disidencia” y la prensa anticubanas y que “varios periodistas pagados por Washington publican y mienten en medios argentinos”. “El diario Miami Herald, cabeza de una campaña contra Fidel Castro y Hugo Chávez, tuvo que reconocer, debido a ley de ´Libertad de Información´ que tres periodistas de su redacción cobraban en doble ventanilla”. La misma narrativa corrió en todo el continente.
Como esos tres periodistas, son muchos los que siguen jugando ese papel, ya sean reporteros estadunidenses o nativos; publican “sesudos análisis” para acusar o descalificar a gobiernos que “no son buenos a los ojos de Washington, por lo que generan “periodismo basura” para “alertar” de que quien va a llegar o ya gobiernan, son un “peligro” para las poblaciones.
Uno de los gobiernos que entre los mexicanos tuvo una gran simpatía fue el de Barack Obama (20 de enero de 2009 al 20 de enero de 2017). Sin embargo, durante la administración de éste, “su estrategia de ´cambio de régimen´ en contra de los gobiernos latinoamericanos de centro izquierda, se concentró en entregar apoyo a los opositores para desestabilizar a gobiernos electos como sucedió en 2002 contra el venezolano Nicolás Maduro”.
Igual, “financió a las principales figuras involucradas en el golpe parlamentario en contra de Fernando Lugo en Paraguay. Lo mismo hizo Washington para el derrocamiento militar en contra del presidente democráticamente electo, Manuel Zelaya en Honduras en 2009. (Mark Weisbrot Folha de São Paulo, Brazil, 20 de abril, 2013).
Insisto, este tipo de acciones siempre han estado presididas de una coincidente campaña nacional e internacional generadora de una narrativa para inocular entre la población el convencimiento de la “oportunidad” de quitar, de la manera que sea, a quien gobierna.
En septiembre de 2016, Martín Caparrós publicó un artículo en The New York Times. De manera tramposa tituló su texto: ¿Fracasó la izquierda latinoamericana? El artículo se publicó cuando el mapa del subcontinente se empezó a pintar de izquierda. En realidad era una aseveración, pues señalaba: “La frase se ha ganado su lugar, el más común de los lugares, y no se discute”. https://www.nytimes.com/es/2016/09/16/espanol/opinion/fracaso-la-izquierda-latinoamericana.html
Desde luego, mucho de esto se parece a lo que en las últimas semanas estamos viendo en México, donde sin pruebas, hasta el momento, se le acusa a López Obrador de #NarcoPresidente, frase que repite en redes sociales y por WhatsApp entre comunicadores y por el nutrido grupo que llenó el Zócalo de la CDMX, donde una señora dijo se enteró en el noticiero Latinus de Carlos Loret, de que “el presidente es narco y Claudia también”.
Es más vergonzosa y cínica la afirmación del historiador Enrique Krauze quien se atrevió a comparar la concentración de la llamada “marea rosa” con la del movimiento de 1968. Sin rubor alguno aseguró que esa movilización tiene “similar importancia” a aquella cuando los estudiantes fueron masacrados por el gobierno de Díaz Ordaz.
Coincidente. ¿O no?, que quien le hizo la pregunta, fue una reportera del diario Reforma -donde él publica-, quien no se atrevió a cuestionarlo más de la instrucción que le dieron. Estaba obligada a preguntarle: ¿Dónde están los tanques? ¿A caso hoy existe el delito de disolución social? No lo cuestionó: ¿Dónde está el grupo paramilitar Batallón Olimpia?
En junio del 2021, el presidente de EU, Joe Biden, afirmó que la lucha contra la corrupción es parte central de la política exterior y la seguridad nacional de su país, por lo que su gobierno mantendrá el financiamiento a las organizaciones no gubernamentales y a los periodistas de investigación que se encargan de exponerla”.
Vuelvo a insistir, la narrativa de estos últimos días es la misma. Está plagada de información falsa, tramposa, sin rigor periodístico, sin ética, contradictoria. El “reportaje” de The New York Times, más bien, libelo, porque difama, habla de “posibles” vínculos entre poderosos agentes de cárteles y asesores y funcionarios mexicanos cercanos al presidente”; de “tres personas (no dice quiénes) familiarizadas con el caso, que no estaban autorizadas a hablar públicamente”.
Contradictoria, porque mientras la cabeza señala: “EE. UU. indagó acusaciones de vínculos del narco con aliados del presidente de México”, el mismo texto explica que “funcionarios estadounidenses” (…), “no hallaron conexiones directas entre el presidente en sí y organizaciones delictivas”.
The New York Times siempre se ha querido vender a como medio profesional, con “alto rigor periodístico”. Tal vez en algún momento lo fue, lo dudo. El libelo de Alan Feuer y Natalie Kitroeff, tiene un claro tufo golpista y no periodístico, menos profesional, pues muestra en el fondo, una intencionalidad en tiempo de elecciones para descalificar a López Obrador, y de paso desautorizar a Claudia Sheinbaum para llegar a la Presidencia de la Republica.
Por eso, no veo como un despropósito el que el presidente López Obrador haya llamado a The New York Times: “pasquín inmundo”. La verdad que no es de gratis.
Que no le cuenten…
En 2016, Donald Trump afirmó: “Los reporteros del New York Times no son periodistas, son lobistas”. En el documento “Diálogo Atlántico” de la Universidad de Alcalá, se recuerda que “los lobistas en Estados Unidos nacieron en el siglo XIX bañados en corrupción”, y aunque considera que con el tiempo se ha ido transformando de “manera institucional y profesional”, estos negociadores, dice, “contribuyen a fundamentar los intereses privados de compañías y organizaciones de todo tipo con datos que miden su impacto económico y social (…) para el correcto funcionamiento del sistema democrático”. Claro, para el “sistema democrático” que les conviene.