Desgraciado del pueblo
donde los jóvenes son humildes,
con el tirano.
Montalvo
Querido Oswaldo,
Llegó el día, otra vez. Mi propio cuerpo se paralizó después de diversas manifestaciones que no quise escuchar. Antes bien, me apresuré a reprimirlas de forma severa por lo que hasta mi esqueleto dejó de obedecer y decidió volverse mi enemigo. Las mismas manos que me daban de comer, ora cerraban los puños, ora se volvían garras. La misma boca que antes sonreía, ora pelaba los dientes desgañitándose: ¡Resiste, levántate!, ¡Ayyy karaju! Porque de pronto mi cuerpo olvidado se estaba revelando. Harto de sentir dolor profundo sin ser escuchado. Se había cansado de estar mucho tiempo de rodillas otra vez y comenzaba a presentar bloqueos que se iban sumando ¡Uno a uno!
Se me iban encendiendo en llamas algunas partes, sobre todo por las noches. Una ardencia se concentraba justo hacia mi zona centro, plaza de malestar y dolor. Pero poquito más al norte y por todo el sur era como estar mismo dentro de la paila. Otras partes en cambio estaban bien frías, amortiguadas o hasta cómodamente dormidas. Mientras que mi derecha e izquierda parecían estar en lucha, aunque bajito, bajito, colaboraban entre sí.
¿Quién más podrá estar detrás de todo esto? Yo mismo. Por no aceptar mi cuerpo, por no escucharlo, por no cuidarlo, por no tener memoria. Justito hacía unos años había tenido ya un evento similar que me paralizó por once días ¿Acaso no entendí qué mismo significó? Pretendí volver a una normalidad que ya no existe. Aquellos días destaparon heridas. Y hoy todo inmóvil, todo paralizado, volví atrás nuevamente a los días que miraba lo que llegué a considerar mi propio rostro, mi propia carne. Empero, detrás de mi sonrisa, que decía sí a todo, estaba oculto el puñal. Mi imagen pizpereta se reía. En lugar de ayudarme a sanar, simplemente me dejaba. Mi cuerpo comenzó a separarse, lenta e inevitablemente, cada vez más. Pero mira aquí sigo, como en el bus, bien parado en la puerta, sin dejar entrar ni salir.
Es momento de saber de verdad qué mismo ha de pasar. ¿Así sin diálogo? Sí pues, ya pues ¿Qué más? Si queda todo en nada, así han de ser algunos compromisos pues. Algo estaré pagando, la vida me quiere enseñar sobre el poder de la palabra, pero no me dejo. Por dentro me digo: no soy tan fácil. Ni, estoy pidiendo nada. Sólo pido, aunque sean estas 10 cositas nomás. Y me digo si no, tu renuncia a ser el centro de la tierra.
Me repetía a mí mismo: cura el dolor que te has provocado, solito sin mencionar la palabra dinero; quizá esa idea de la libertad, de la que tanto habías hablado, era puro cuento, puro dientes pa´ fuera, tu todo lo quieres arreglar con…ya sabes. Ya no me sentía tan libre ante el resto del mundo, pero nadie pareció darse cuenta. Afuera no era noticia para nadie. Sin palabras, sin olfato, sin gusto, aislado, me había convertido, desde quién sabe cuándo, en una colonia de no se sabe qué tipo de microorganismos internacionales. Me había convertido en otra embajada de la mentada pandemia. Con clases gratis del idioma de la esclavitú ¿No ves? Si es de gratis hasta las puñaladas ¿Cómo que no?
Pero, de golpe y porrazo, después de 18 días de esta lucha interna, después de usar mis fuerzas, pensamientos y emociones contra mí mismo, el espíritu abrió la puerta para que conversaran mis partes en disputa. Así como comenzó todo, igualito se detuvo, en puras apariencias. Tic, Tac, Tic, Tac…
Es por eso, querido Oswaldo, que te fui a buscar a tu casa. Quería contarte, pedirte consejo y presentarte a mi novia, pero no estabas. Ella mira que mira que la sensualidad domina tu Edad de la Ira; de verdad, la quiero que oigas decir eso por ti mismo. En cambio, estando ahí, escuché a no sé quién decir algo, como que te habías muerto, hacía ya más de veinte años. ¡Qué pues! se fue a volver pensé, si acabo de ver la luz encendida en su habitación. Si oritica me enteré de que estabas pintando apenas el mural que pondrán en el Palacio Legislativo el próximo año, en el 88; justo once añitos antes de que, ahora sí, te mueras. ¿Qué prisa tiene entonces ese man? Aún falta rato pal nueve nueve.
Una de las partes que más me gustará de ese mural será la cita de tu Montalvo sin pupilas. Así que no, ni ayer, ni mañana y menos hoy, ninguno moriremos. Acaso porque con los pinceles y las plumas, en efecto, quienes mueren son las dictaduras. Por cierto, no creas que no me di cuenta. La estela maya de tu jardín tiene escrita una perfecta, sonora, pétrea, profecía: Terminó el baktún 13. Ahora todo tiene sentido.
Por poco sólo estaremos liberándonos de lo que no haga falta, de lo que nos impida formar cuerpos estelares. Estaremos luchando contra los virus políticamente correctos. Manifestándonos de muchas maneras. Resistiendo. No son tiempos normales, ya tú sabes; la tierra también grita, pero también canta y en veces el canto es un grito y en veces el canto será una piedra que se arroja o se recibe ¿No fuimos siempre el mismo? Ahí estaba el tropiezo.
¡Chuta! Qué razón tenían los mayas, se nos acabó el calendario antes que la vida, por eso estamos viviendo en el No Tiempo. Por eso hay manifestaciones en muchos cuerpos, en todo el mundo. Cuerpos que se reconocen como una ilusión porque, si te crees que eres sólo un cuerpo, dejas de ser inmortal y ahí sí, ya te jodiste. No hay que olvidar que nosotros hoy, fuimos, somos y seremos todos los ancestros.
P. D.
Dejo esta memoria escrita
desde la Capilla del Hombre,
museo, mausoleo,
a las faldas de tu casa.
Mi querido Oswaldo Guayasamín,
entendí que tu pintura también
es clarividencia.