¿De puede ser heterodoxo y, al mismo tiempo, no querer serlo? ¿Se pueden transgredir —voluntaria o involuntariamente— los límites de unas creencias como la religión y, sin embargo, declararse ferviente seguidor de ella, reconociendo sus ritos y sometiéndose a la autoridad establecida?
Redacción Visiónmx
Esto es, grosso modo, lo que ocurre en México con el culto a la Santa Muerte, una devoción radicalmente heterodoxa. El Santoral cristiano no incluye Santa Muerte alguna, lo que no obsta para que los seguidores esta santidad se declaren inequívocamente católicos, apostólicos y romanos, respetuosos del Papa, así como de la jerarquía católica; una que no solo los rechaza frontalmente sino que los acusa de prácticas satánicas, misas negras y canibalismo infantil.
Resulta complicado hablar de «un» solo culto a la Santa Muerte, pues diversas variantes han ganado adeptos de manera notoria en los últimos lustros entre las clases populares mexicanas en general y, más específicamente, en los barrios obreros de la capital de la nación. Siempre relacionado con las expresiones más populares de la cultura y la sociedad mexicana, el culto a la Santa Muerte es doblemente divergente. Lo es en su aspecto religioso, pero también en términos sociales. Poco o nada tienen que ver los devotos de la Santa Muerte con los bienpensantes mexicanos.
Este culto se puede encontrar en las colonias populares, esos barrios donde la presencia del orden establecido es colateral, nunca primordial, y esas zonas en las que la ley y la norma de comportamiento son distintas de aquellas que dictan los textos oficiales, la autoridad y quienes gobiernan los estados mexicanos.
Aunque la devoción a la Santa Muerte discurre por caminos que los bienpensantes llamarían marginales, ¿cómo calificar de marginal un culto hondamente enraizado en amplias extensiones de la megalópolis de México, habitada por millones de personas?
Es difícil encontrar un altarsito a la Santa Muerte en cualquier vivienda burguesa o altamente burguesa de distritos de la Ciudad de México como Lomas de Chapultepec, Polanco, Condesa o la Roma. Pero también a buen seguro es muy probable que el portero, portera o vigilantes de cualquier finca de vecinos pudientes tenga en la planta baja un pequeño rincón en el que la Niña Blanca siempre tendrá velas, algunas flores y luz permanente.
Esa pertenencia inequívoca a un entorno social y religioso concreto, es la otra forma de heterodoxia de los devotos de la Santa Muerte. Su culto se mezcla con el de San Judas Tadeo, patrón extraoficial de los delincuentes de poca monta, de los malandros de medio pelo, y patrón oficial de ¡la policía! Tampoco es raro encontrar en los altares dedicados a la Santa, sean públicos o privados, imágenes de Jesús Malverde, advocación preferida de los narcos mexicanos. Así, por los altares y entre los devotos circulan estampas con las imágenes de los tres, descritos como La Santa Trinca.
El origen de la devoción varía según quien lo cuente. Hay quien la vincula con creencias de los aztecas de hace tres mil años basándose en antiguas tradiciones de los pueblos primigenios habitantes de lo que hoy son los Estados Unidos mexicanos. Y hacen partícipes de ese credo a zapotecos, mixtecos, totonacas y mayas. Esas versiones resaltan que la conquista española intentó eliminar la devoción a los muertos. Esta versión resalta que el culto disminuyó sobremanera durante siglos hasta que renació en el Estado de Hidalgo en 1965. Esta versión choca, con otras de las que circulan entre los seguidores del culto.
Rosario G., una devota treintañera del barrio defeño de Tepito cree a pies juntillas que el origen de la devoción está bien lejos de Hidalgo. El lugar, según ella, es una aldea perdida en el Estado de Oaxaca hasta la que hay que hacer múltiples combinaciones de autobuses para llegar. Allí, en el corazón oaxaqueño, un sitio remoto llamado Yanhuitlán, entre Nochitlán y Tamazulapán, alberga una imagen en madera de la Santa Muerte que data de antes de la llegada de Cortés y que ha sido estudiada por el Instituto Nacional de Antropología para intentar datar su origen. Esa es la auténtica, la original Santa Muerte según algunos devotos. Otros se refieren a diferentes orígenes verdaderos igualmente alejados en el espacio y el tiempo de Ciudad de México.
10 de octubre de 2018
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