Citas a ciegas, emoción
por lo desconocido
Aceptar una cita a ciegas puede ser un verdadero peligro, no sólo porque te revela el estado de soledad sino que te hace reflexionar sobre la verdadera percepción de otros sobre ti misma. Pero una cita a ciegas puede tener sus pros y sus contra.
Una cita a ciegas es eso: es encontrarse con alguien desconocido que, por ese mismo detalle, produce un grado de estrés y ansiedad notables. Porque para ir al encuentro no basta con preocuparse por el papel que va a hacer o la impresión que va a dar sino que, además, hay que cargar con el suspenso que provoca adivinar con quién o qué se va a encontrar una.
Durante mucho tiempo, la cita a ciegas dependió exclusivamente de la buena voluntad de los amigos o parientes interesados en vernos acompañados.
Actualmente no. Basta con escribir "cita a ciegas" en Internet para encontrar cientos de sitios donde se arreglan encuentros con alternativas tan bizarras como que te busquen en limusina o que te conecten con alguien de acuerdo con tu signo del zodíaco. Eso sí, a ciegas pero no tanto; porque casi siempre aparece al menos una foto entre los datos. Que ya sabemos que puede ser falsa o de hace veinte años.
Aceptar la cita a ciegas es poder reunir el coraje necesario para enfrentar un encuentro que cubre toda la gama de posibilidades: desde el posible enamoramiento a primera vista a la desilusión total y absoluta.
El miedo a lo desconocido y a la desilusión previos a la cita, mezclados con la cuota soñadora que todas tenemos, nos hace sentir tironeadas entre el "me quieren ayudar, a ver si me pierdo algo por no ir" y el "debo estar loca si me meto en esto que si el tipo no me gusta no voy a saber cómo salir."
Y si le preguntamos a los amigos, quien más quien menos pasó por alguna experiencia de éstas. Y aunque algunos hasta terminaron bien, la gran mayoría no tuvo grandes resultados o huyó despavorida.
Posiblemente porque la realidad nunca iguala las fantasías que uno se hace antes de conocer a alguien.